El 12 de octubre se ha convertido en una fecha polémica porque para muchos grupos marca el momento en que las culturas originarias de lo que hoy se llama América comenzaron a ser avasalladas por otra cultura, por medio de la fuerza. Una de las figuras objeto de repudio es Cristóbal Colón. En la Ciudad de México la estatua del navegante genovés ubicada en Paseo de la Reforma es usualmente víctima de vandalismo en esta fecha. Ahora en 2020 el pedestal luce vacío debido a que fue retirado para ser “restaurado”.

La ausencia de la estatua fue aprovechada por el gobierno capitalino para plantear una “reflexión” de historiadores y ciudadanos acerca de la permanencia del monumento. El argumento esgrimido es cierto: “se habla del descubrimiento de América, como si América no hubiera existido antes de la llegada de Colón”, pero tampoco es nuevo. Desde hace décadas se ha señalado lo anterior. En 1992, ante las posiciones antagónicas por la conmemoración del quinto centenario del hecho, la celebración fue concebida como “Encuentro de Dos Mundos”.

Así, el día dedicado anteriormente al Descubrimiento de América se ha ido transformando con los años para evolucionar en Día de la Raza y en Día de la Diversidad Cultural.

¿Vale la pena enfrascarse en discusiones de un pasado que nadie podrá cambiar? ¿Tiene sentido discutir sobre hechos —sangrientos, sí; de destrucción cultural, también— ocurridos hace 500 años que dieron origen a naciones diversas?

Antes que clamar por las atrocidades cometidas contra esos pueblos resulta urgente voltear a ver las atrocidades de hoy. Aquellos que enarbolan la causa de las culturas originarias con frecuencia olvidan la situación de atraso económico y social en que se encuentran millones de personas en países de América Latina únicamente por su condición indígena.

Pero también hay minorías que además del atraso económico y social padecen discriminación de las instituciones gubernamentales. En México y América Latina las comunidades afrodescendientes son poco reconocidas. En esta edición se presenta el caso de Paula, de 57 años de edad, a quien, al intentar tramitar su pasaporte en la ciudad de Oaxaca, pusieron en duda su nacionalidad mexicana, a pesar de presentar documentos que avalaban su identidad; la situación llegó al extremo de que le solicitaron fotos de su niñez. Simplemente desgastante e indignante.

Retirar o derruir un monumento puede ser simbólico, lo verdaderamente importante ocurrirá en el momento en que se derrumben los prejuicios contra quienes no han recibido otra cosa más que desdén e indiferencia de la sociedad, pero principalmente de las autoridades.

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