Ya comenzaron los días más difíciles de la próxima elección. Difíciles en todos los sentidos. Por supuesto, estos no se terminarán el próximo domingo, sino que seguirán por varias semanas más. Sin embargo, en estos días nuestro sentido democrático se despierta, los conflictos sociales se endurecen, las controversias se encrudecen y todo, por obvias razones, las elecciones más grandes que hemos tenido en nuestro país están a tres días de nosotros.
Dentro de tanta convulsión, los ciudadanos no sólo estamos debatiendo internamente la cuestión de por quién votar, también, la cuestión de si debemos votar. ¿Por qué ejercer nuestro derecho al voto?, ¿cuáles son las razones por las cuales yo debo acudir a las urnas y cruzar una papeleta?
Reparemos en que desde una perspectiva liberal el voto se entiende como un derecho y no como un deber. No hay una obligación jurídica que nos imponga el deber de votar. Cuando hablo de deberes entiendo la obligación jurídica de realizar una elección política. Bajo un régimen liberal se imponen muchos deberes desde el Estado: como no dañar a otros y respetar los derechos de los demás, pagar nuestros impuestos. Pero en ese sentido, no hay un deber jurídico que nos obligue a votar; se trata más bien, de una obligación moral. Desde el prisma jurídico, es un derecho que nos otorga una libertad que podemos ejercer o no. En ese sentido, parece que la pregunta depende de las razones morales y políticas que tengamos para justificar cualquiera de estas tres opciones: votar, no-votar o anular nuestro voto (que es una forma también de ejercer nuestro derecho).
La respuesta a favor del “voto” no es necesariamente la mejor o la más obvia, aunque sí, la más deseada. Es verdad, parece lógico que es la respuesta que menos daña a la democracia sería la de acudir a las urnas. Empero, esto sería únicamente desde un punto de vista formal: la de ejercer mi derecho al voto y participar en el juego democrático. Pero desde el punto de vista liberal, puedo acceder a razones suficientes y razonadas que me indiquen que dar mi voto a un candidato u otro, “a la larga”, puede afectar más a la democracia que el hecho de no-votar. Existe la posibilidad y, en ese caso, no-votar se convierte en una opción viable y, hasta cierto grado, también democrática.
Entonces, no-votar puede ser una opción democrática por los efectos que la ausencia de votos puede generar. No votar abre la opción de no sentirse responsable por los resultados de la elección popular. Pero al “zafarse” de la responsabilidad, uno se anula, de alguna manera, la opción moral de reclamar y criticar; parece que quien no-vota se autoanula en el debate público. Esta opción es una especie de disidencia fuerte que abre entonces la puerta a otra posibilidad: la de engrosar las listas de individuos no empadronados en el sistema electoral, cuestión que demostraría a los políticos la clase de reclamo social que se tiene en mente. Un reclamo silencioso y casi invisible según nuestro sistema político en el que se puede ganar por una simple mayoría de aquellos individuos que sí votaron, sin importar el resto de la ciudadanía que no lo hizo, ni las razones por las que no lo hicieron.
Por ello, la disidencia también se puede encontrar en la anulación del voto. Esta clase de disidencia es una disidencia “light” que consiste en cruzar la papeleta sin elegir a ningún candidato que se encuentre en ella. Esta postura tiene una ventaja y un inconveniente. La ventaja es que también abre la opción para votar por algunos cargos donde haya candidatos que nos convenzan y no anular aquellos en los que no; por supuesto, si nuestra posición es estar en contra de los candidatos propuestos, la mejor forma de ayudar a la democracia puede ser la de realizar un votar plural que genere un efectivo contrapeso entre los distintos niveles de gobierno. El inconveniente es que con la anulación del voto no se tiene el mismo impacto disidente que se tendría con el no-voto. Por lo tanto, si las razones que tiene el liberal son las de mostrar su inconformidad política y moral frente a los partidos y sus candidatos la opción del no-voto puede ser más dura pero, a la larga, menos efectiva que la anulación del voto.
Podemos tener razones para sostener cualquiera de las tres opciones. Sin embargo, creo que, desde el punto de vista liberal y democrático, nuestra obligación moral está en votar. Es un deber para con nosotros y para con el resto de los ciudadanos. Es la forma más legítima de participar en el futuro de nuestro país. Así que, el próximo domingo, entre más mexicanos salgamos a votar, estaremos seguros de que un mejor futuro iremos forjando. La democracia de eso se trata, de participar. ¡Participemos!
Magistrado del PJCDMX,
exembajador de México en los Países Bajos