Ya es un lugar común escribir y hablar de que el mundo no será el mismo después de la pandemia. Todos los analistas, intelectuales, académicos y científicos de todos los países coinciden en señalar eso. Incluso algunos advierten sobre escenarios catastróficos (como John Gray, catedrático emérito de Pensamiento Europeo en la London School of Economics, quien escribió en el periódico español El País, el 23 de mayo, a través de la traducción de María Luisa Rodríguez Tapia: “Durante la Revolución Rusa pocos pensaban que el mundo que habían conocido había desaparecido para siempre. Hoy ocurre lo mismo: gran parte de nuestra forma de vida anterior al virus ya es irrecuperable.”).

Y es que las cadenas de valor, de suministro fueron rotas o de plano arrasadas. La globalidad de las relaciones económicas, sociales y políticas ha incidido en todos los países.

El 19 de marzo del año en curso, la Canciller Ángela Merkel dirigió un discurso televisado a sus compatriotas. Entre otras cosas, mencionó: “Por eso, permítanme decirles: la situación es seria. Tómenla también en serio. Desde la reunificación de Alemania, no, desde la Segunda Guerra Mundial, no se había planteado a nuestro país ningún otro desafío en el que todo dependiera tanto de nuestra actuación solidaria mancomunada.” Venida de ella esta aseveración de que Alemania no ha tenido un reto igual que el de aquella devastadora conflagración, nos sitúa en la perspectiva de que, una vez superada la pandemia, las relaciones comerciales y políticas tendrán que cambiar. Pero, antes, se tiene que tener un plan no solo para la convivencia diaria, sino un nuevo sistema social, económico y político que conjugue las bondades de lo que fue el “Plan Marshall” -European Recovery Program en el que se invirtieron 12 mil millones de dólares, a valores de 1945, para la reconstrucción de ciudades devastadas, eliminar las barreras comerciales, modernizar la industria- y el programa de la “Alianza para el Progreso” implementado en América Latina como cooperación económica, política y social por el orden de 20 mil millones de dólares, a precios de 1961, para ayudar a los países latinoamericanos a incrementar su PIB anual a 2.5 por ciento, la eliminación del analfabetismo, la estabilidad de precios, el combate a la inflación y/o la deflación, una más equitativa distribución del ingreso, promover la reforma agraria, y una mejor planificación económica y social.

Un plan con un fondo presupuestario del Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y aportaciones de las principales economías del orbe para definir las reglas de un nuevo sistema, en el que se tendrían que restructurar los tratados de libre comercio, la acción conjunta de medidas anticíclicas y la aceleración de los nuevos sistemas de energía renovable.

El plan es urgente. Sin una estrategia bien planteada nuestra trayectoria como país será incierta y hasta posiblemente caótica. La sociedad pide a gritos ayuda y apoyo y habrá que brindarla si no queremos hundirnos en la inseguridad y en el desorden.

Magistrado del PJCDMX. Ex Embajador de México en Países Bajos

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