La judicialización de la política y la politización de la jurisdicción son dos cosas radicalmente distintas. La primera asegura que la política tenga la conciencia de que no es impune, de que no va por la libre. De que existe una ley y un sistema de justicia; en una palabra, que hay jueces que contrarresten las decisiones del político. La segunda, en cambio, malbarata a los jueces, los utiliza a través de los intereses políticos, los instrumentaliza para que la justicia se ponga a las órdenes del poder político. Por ello, no siempre es buena idea que un político se haga juez, pero sí es una buena idea de que un juez incursione en la política.
Me entero por muy buena fuente que mi amigo y, otrora compañero en la judicatura, Juan Antonio Magaña contenderá en las elecciones para gobernador de Michoacán.
Si no estoy equivocado, desde la época de Juárez, sólo habíamos tenido en México un par más de candidatos más para un cargo político tan alto que vinieran desde el poder judicial.
Magaña es una persona profundamente honesta, con una gran personalidad y con un empeño jurídico impecable. Pero su mejor cualidad, es la de ser un hombre de leyes.
En el concierto federal, Michoacán siempre ha ocupado un espacio especial. Es un estado profundamente rico en recursos naturales y en historia. Tiene una tradición de juristas destacados y de prominentes luchadores sociales. Sin embargo, también por ello, es un estado con mucho brío social y con mucha convulsión política.
Michoacán no es un estado fácil. En la actualidad, es un estado que sufre de problemas económicos, de conflictos con el crimen organizado, de movilizaciones sociales: los normalistas, los aguacateros, los campesinos, los purépechas.
Sin duda alguna, todos esos conflictos requieren de alguien que tenga las capacidades políticas y la habilidad social suficiente para poder ir sorteando las dificultades. Esas cualidades las podemos encontrar en muchos de los otros nombres que aparecen como aspirantes a la gubernatura del estado. Sin embargo, una cualidad es necesaria: el conocimiento de la ley, de la Constitución, sí, pero, sobre todo, una cultura de respeto a las mismas.
Esa cultura sólo la profesa un juez. Un juez en términos amplios. Pues es él, entre todos, quien en sus decisiones, en sus análisis y en estudios, se encarga de cultivar una cultura de la legalidad, un apego por el Estado de Derecho, en breve, un respeto por la Constitución.
A Juan Antonio Magaña lo conocí cuando era vicepresidente de la Conatrib. Durante esos años, ambos, yo como presidente y él como vicepresidente, nos encargamos de implementar la novedosa reforma penal en todo el país. No era tarea fácil, pues requería de la mano izquierda de la política, para lograr los consensos necesarios, los acuerdos correctos, dentro del resto de presidentes de tribunales y de los congresos locales, para poder llevar a buen puerto un cambio tan dramático en el sistema de justicia mexicano.
Volteo a ver la lista con el resto de aspirantes. Ninguno de ellos tiene una hoja tan en blanco como Magaña. Ninguno tiene una cultura de la legalidad tan arraigada como Magaña. Ninguno, que yo sepa, tiene tanta sensibilidad social como Magaña.
A todos los conozco, por el papel, por conversaciones o por oficio y, sólo de uno confío en que tenga como propósito la sociedad, como bandera la justicia, como personalidad la lealtad y como mecanismo la política, para llegar a la gubernatura de un estado tan necesitado como Michoacán. No dudo, que, de tener éxito, será por el bien de todos.