Donald Trump en realidad no perdió por ser el patán que todos sabemos que es. Su mayor fracaso fue el de poner a la gente en contra de la institución más sagrada de la sociedad americana y, del mundo occidental entero: la democracia. Perdió porque pretendió culpar a una de las instituciones cumbres de las modernas sociedades, esa institución que es la que le ha dado voz y voto a todos los ciudadanos.
Una sociedad se puede medir por su capacidad de desarrollo a partir de la fortaleza y eficacia de sus instituciones. Entre más eficaces y legítimas sean sus instituciones, más posibilidades habrá para garantizar sus necesidades. Las instituciones públicas comparten el mismo destino que los dioses: se alimentan y se fortalecen únicamente por el reconocimiento de la gente. A mayor reconocimiento menor el deterioro. Las instituciones son sustento y recipiente de la voluntad general. Son el pilar que sostiene al Estado y el reflejo que advierte la sanidad de una sociedad.
Marx creía que la única forma real de ser libres era destruyendo las instituciones. Rompiendo de la manera más radical (a través de la Revolución) lo que él llamaba la “superestructura”. Mientras las instituciones estén presentes nuestra libertad es ficticia —sostenía Marx. Es una mentira impuesta sobre nuestras mentes. Las instituciones son grandes leviatanes que se alimentan de nuestra ceguera. Sin embargo, la comparación no cabe, pues Marx pretendía su destrucción para ganar libertad, Trump, atentó contra ellas, para salvaguardar su vanidad.
Su vanidad lo llevó a provocar el atentado más serio que ha tenido Estados Unidos contra su democracia. No puede haber una actitud más peligrosa que esa para una sociedad liberal como la americana. Mientras el dictaba en un tuit la sentencia de muerte de la democracia americana, Joe Biden se preocupaba por hablar de la libertad y de los límites que debía tener dentro de la esfera de instituciones democráticas. Quien se sentaba en la Casa Blanca hablaba de su destrucción, quién aspiraba a sentarse en ella, hablaba de su reestructuración. Uno las eliminaba, otro las rediseñaba.
No es para menos que ahora los demócratas en el congreso exijan una disculpa por parte de los republicanos, todos. Pues la violencia nunca ha sido una herramienta de la democracia. Porqué tomar por asalto las instituciones democráticas de esa nación, nunca ha sido representativo de su conducir institucional y, sobre todo, porque quien los representaba en ese momento, fue el instigador principal de todo un movimiento, que lo único que logró fue poner en duda la posición ideológica de aquellos que se dicen partícipes en un congreso y la legitimidad de la institución que representan.
Trump no sólo ofendió y afectó a los demócratas, sino a una institución por completo. Su vanidad fue tal, que le permitió atacar a la institución más sagrada de todas en las sociedades modernas: la democracia. No perdió por arrogante, perdió porque no encontró otra salida más que la violencia.
Magistrado de la CDMX.
Exembajador de México en los Países Bajos