El próximo 6 de junio se realizará la contienda electoral más grande que hayamos tenido en nuestra historia. Se resolverán a través del voto más de 20 mil cargos de elección popular (entre gobernadores, diputados federales y locales, ayuntamientos, alcaldías, concejales, etc.). No es una labor sencilla la que tiene el Estado mexicano frente a él. Pero tampoco es menor la tarea y la responsabilidad que tiene la clase política de nuestro país.
Los candidatos pretenden ser reflejo de lo que ellos piensan sobre las circunstancias de su electorado. Asumen y presumen ideas sobre cómo piensan y qué necesita el grupo de población que podría votar por ellos y, bajo ese entendido, proponen y construyen un plan de gobierno que pueda ser atractivo. Elaboran su propuesta con base en esa idea general que tienen y sobre las circunstancias que supuestamente conocen sobre la población que pretenden gobernar, para mostrar que son los más adecuados para el cargo.
Si esta fórmula es cierta, tenemos un problema muy grave que está erosionando nuestra democracia y banalizando nuestra política interna. Una clase “política” que confunde y está confundida, que no analiza y no se toma en serio su labor es, al final, una clase política que termina por trivializar el gobierno y a minimizar las necesidades del electorado. Trivializar al electorado, no sólo es una falta de respeto directa hacia la población, sino también lo es hacia la democracia misma.
Vemos candidatos y candidatas que ofrecen desde cirugías plásticas, bailes chuscos y vocalización de canciones que nada tienen que ver con la política, pero que en una especie de karaoke vulgarizan la reunión, candidatas que se “casan” con la honestidad; otros vestidos de Harry Potter, superhéroes o Jedis; otros que invitan a que siempre sí, antes de pagar la luz y el gas, mejor se vayan por sus caguamas. En fin, un circo de calado irreal que intenta vender su presencia en el servicio público a través de banalidades que no reflejan de ningún modo los verdaderos problemas que acosan a la sociedad de nuestro país.
La política no es reflejo ni espejo, es brújula, guía y enseñanza. El medio de la política es hacer ver otros lo que no se ve y su arte es el de resolver; no ver a ciegas, ni hacer ver que se ve lo mismo sin resolver nada. No es un show, es un medio para gobernar.
Desde los tiempos de Maquiavelo, la clase política debe servir al pueblo; incluso, sin importar la forma de gobierno: republicano o monárquico. Pues para el florentino el servicio de la política, era el servicio del bien común: el control aportaba orden, el orden progreso y el progreso paz. Para ello, el político echaba mano de dos herramientas fundamentales: poder y legitimidad, las cuales le sumaban la más importante de todas: la autoridad.
Sin embargo, y a pesar de todas las confusiones alrededor de la obra de Maquiavelo, esa autoridad no está basada en el uso de la fuerza exclusivamente, sino es una autoridad moral y una autoridad política. La autoridad que da poder es aquella que refleja una visión más detallada y más profunda de la realidad social. Una visión que, aunque no siempre coincida con la del pueblo, demuestra su razón a través de los resultados de su acción. Formula que culmina en la legitimación de su poder.
Ahora, muchos candidatos no buscan ni legitimidad, ni poder, ni autoridad, lo que buscan es una identificación banal y superficial con la ciudadanía. Si según ellos, eso es lo que los ciudadanos pensamos: estamos en gravísimos problemas. ¿Qué clase de política, más en general, qué clase de república, estamos construyendo con eso? Ninguna nación, en ningún momento de la historia, ni en sus tiempos de mayor estabilidad y paz han requerido que sean los bufones quienes aspiren a la autoridad de gobernar y, mucho menos, han requerido que los gobernantes piensen que a quienes gobiernan son sólo una panda de payasos sin problemas, sin angustias, sin familias y sin empleos, que sólo buscan risa y entretenimiento.
Magistrado en Retiro,
exembajador de México en los Países Bajos