El 7 de enero se inauguró, en la SRE, la Reunión de Embajadores y Cónsules 2020. Por cuatro días, todos los miembros del cuerpo diplomático, se dan cita en la CDMX para discutir los problemas más relevantes de la política exterior mexicana. El tema central en esta ocasión fue el de “Política exterior para el bienestar”. Empero la generalidad de este tema, en ella se discutieron otros problemas de mucha relevancia para el país; desde cuestiones relacionadas con la promoción económica y la cooperación internacional, los mecanismos para congelar el tráfico de armas, las formas más efectivas para proteger a lo mexicanos en el exterior hasta, por supuesto, el papel que México deberá desempeñar en la presidencia de la CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños), que recién ocupa.

La reunión de embajadores es de esas que por desgracia suelen pasar desapercibidas. No son muchas las noticias sobre ellas, como tampoco, nos enteramos mucho de lo que ahí sucede; de lo que ahí se discute y se conversa.

Debo decir que se trata de una de las reuniones más relevantes del año. Marcelo Ebrard con seguridad supo sacar provecho de ella, pues sabe bien, que quienes regresan no sólo traen noticias, también traen el pulso de lo que se vive al otro lado de nuestras fronteras: ¿Cómo se ve y cómo se siente México en el extranjero?, ¿qué se dice de él en las charlas? De igual forma, para cónsules y embajadores es una oportunidad de pulsar al país desde dentro. Para ellos representa una oportunidad de convivir y de reunirse con el Presidente e intercambiar con él opiniones. Esto implica una experiencia de enorme utilidad para quienes tienen que manejar la política en el extranjero. Reunirse con el Presidente implica dejar esa parcela localista y extranjera, para involucrarse en una perspectiva más global y holística de los problemas nacionales, abandonando la atómica individualidad de sus deberes concretos, e internándose en las política nacional y en la realidad de un país que deben asumir para su mejor representación.

Para quien está a cargo de dirigir la política exterior esto debe ser como oro molido. La forma en la que vemos el país desde dentro es enteramente distinta a cómo se ve desde afuera. La lejanía cambia perspectivas y olfatos; afina pulsos, pero también entorpece visiones que debemos enderezar. Hay cosas que el internet nunca podrá suplir: la lectura de un gesto, la interpretación de un silencio, la mirada cuando se habla, el apretón de un saludo.

Bajo el nuevo orden mundial, la política exterior juega un papel central y distinto al de hace años. Ya no es como antes en la que en cada época surgía un país con el poderío suficiente para modificar al mundo. Según Kissinger, en el siglo XVII fue Francia, en el XVIII Gran Bretaña, en el XIX Austria y en el XX, EU. En la actualidad, esos focos de poder político se han polarizado, se han dividido fuerzas y se han dispersado oportunidades económicas. No todo lo que estemos buscando se tendrá que encontrar con los más fuertes y poderosos, puede haber aliados que, aunque más pequeños sean más fructíferos. La democracia no sólo ha invadido los territorios nacionales, sino también el concierto internacional. Cada vez más, aquellas fortalezas disminuyen y aparecen nuevos actores relevantes y atractivos en la escena; todo es cuestión de observar y escuchar.

Esas son las noticias que se traen y esas son las herramientas que se deben de utilizar para componer todo el entramado internacional, el cual debe terminar en una definición clara de nuestra política exterior. La reunión, como digo, es poco más que un saludo. La reunión de embajadores debería de estar más en la agenda de nuestros intereses. Por lo menos, más interés del que hasta ahora hemos mostrado.


Magistrado del PJCDMX. Exembajador de México en los Países Bajos

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