Teniendo ascendencia libanesa, no puedo obviar escribir sobre la tragedia acontecida el pasado 4 de agosto que, al tiempo que esto se escribe, ha costado la vida de 160 personas y seis mil heridos; 300 mil personas se quedaron sin casa-habitación, entre las que se encuentran un poco más de 100 mil niños; 12 hospitales fueron dañados y varias escuelas igualmente; 120 mil personas adolecen de atención sanitaria.
Las impresionantes y terribles imágenes de la devastación y muerte producidas por más de dos mil setecientas toneladas de nitrato de amonio provocan una huella indeleble en el ánimo de todo el mundo (se calcula que el daño es por 15 mil millones de euros).
Por solidaridad humana, siento una gran tristeza y, al mismo tiempo, solidaridad con las víctimas de la explosión en el puerto de Beirut, sobre todo que irrumpe en un escenario político, económico y social muy difícil por decirlo amablemente. Una economía débil y en la quiebra (su deuda equivale al 150 por ciento del PIB); su moneda devaluada en 80 por ciento, un alto índice de desempleo, servicios públicos deficientes; escasez de productos de la canasta básica, que solo se pueden encontrar a muy altos precios que no puede sufragar el ciudadano promedio.
Casi no existe la clase media. La mitad de la población se encuentra en niveles de pobreza, y un tercio de la fuerza laboral se encuentra sin trabajo, lo que aunado a otras circunstancias, sin duda generará problemas de inseguridad y de hambre; mientras que el decil de más altos ingresos (el uno por ciento) concentra el 40 por ciento de la riqueza de esa nación -el sector primario genera el 12 por ciento, el secundario el 21 por ciento, y el terciario el 67 por ciento del PIB, respectivamente-; es decir, que hoy Líbano vive la mayor crisis económica y política de su historia.
El multi confesionalismo (el presidente debe ser cristiano maronita, el primer ministro suní, y el presidente de la asamblea legislativa un chiíta) y así cambios políticos importantes en la óptica de las diferentes religiones y creencias que conviven en esa sociedad, ha dado al traste con el gobierno y la gobernanza, porque es administrar la crisis por cuotas religiosas. El abandono y negligencia en el resguardo de la carga de nitrato es criminal y habla de un régimen disfuncional y fallido, porque da la impresión que existe indiferencia para atender los servicios públicos más indispensables.
No es extraño que los ciudadanos, en las calles, gritaran al presidente francés advirtiéndole que los recursos que Francia destine para el país sean expoliados por la corrupción rampante en todas las estructuras gubernamentales a decir del primer ministro “el aparato de corrupción es más grande que el Estado”, lo que desde luego limitará la oferta de ayuda de todos los países. Tampoco es extraña la manifestación del pasado sábado “El Día de la Ira”, como fue llamada por los indignados ciudadanos que gritaban, con toda razón, consignas en contra del presidente y sus ministros -ya hoy, renunciados todos-, pidiendo la disolución del gobierno y del parlamento acusados de indolentes, corruptos, irresponsables e inútiles, con elecciones anticipadas. Hoy Líbano busca un tercer primer ministro en menos de un año.
Son momentos difíciles para el gobierno y el pueblo libanés. Lo que tampoco será extraño es la fortaleza de los descendientes de fenicios que una vez más se levantarán de esta desgracia.
Hoy Líbano ve muchas manos tendidas ofreciendo ayuda, Estados Unidos, Israel, Francia, etc. Nuestro México querido, patria y hogar de muchos descendientes de inmigrantes fue de las primeras naciones en ofrecerla y como siempre la Cancillería oportunamente así lo hizo. Líbano, el gran país, el país de la paz y concordia, el país de la hospitalidad tiene el corazón herido y los deseos de todo el mundo es que esa herida sane pronto.
Magistrado del TSJCDMX y exembajador de México en los Países Bajos