De cuántos héroes no conocemos ni sus rostros. De cuántas mujeres y hombres que durante este año han arriesgado sus vidas, su integridad y su salud en aras del bien común, y de los que no conocemos ni sus nombres. En la filosofía moral, a esos actos se les reconoce como actos supererogatorios: ningún sistema moral los puede exigir como obligatorios, mas, sin embargo, la valentía de ciertas mujeres y hombres los empujan a realizarlos en protección de un valor considerado como superior; superior a sus propias vidas, superior a su propio bienestar, superior a su salud.
Esos actos me han recordado el discurso que hace 157 años Abraham Lincoln pronunció en memoria de los soldados que pelearon la batalla de Gettysburg. Palabras breves, sucintas, pero cargadas de significado las que ahora me recuerdan a nuestros nuevos héroes. Claro, Lincoln se refería ahí, a héroes que llevan armas. A aquellos que se enfrentaron cuerpo a cuerpo; que demostraron su valentía y su amor por la nación, arrojándose a un campo de batalla.
Pero la vida y el mundo han cambiado. Ahora los héroes, los verdaderos héroes, los héroes de nuestro mundo, ya no cargan fusil, sino llevan bata.
Héroes que cuidan de otros. Mujeres y hombres que hoy por hoy, llevan casi un año arriesgando la vida por otros, en hospitales, en clínicas, en las casas. Héroes, de los que sólo sentimos su presencia y contamos con su asistencia, pero no sabemos más que su valentía y arrojo salvan vidas. Cubiertos con sus batas y sus mascarillas, detrás del anonimato, atienden a los que corren riesgo de morir. Lincoln decía en aquella ocasión a los soldados: “El mundo apenas advertirá, y no recordará por mucho tiempo lo que aquí se diga, más no olvidará jamás lo que ellos han hecho”.
Efectivamente, no importan cuántas palabras se les dedique ni aplausos se les brinde; palabras como estas que escribo, que tan sólo tratan de regalar un breve y efímero homenaje a quienes lo merecen, desaparecerán y serán olvidadas. Pero no sus acciones. Esas no tienen forma de ser retribuidas, no encuentran rango de medida y, únicamente, la historia será capaz de venerarlos correctamente.
Se estima que, de los miles de trabajadores de la salud en México, alrededor de 1,320 de ellos han muerto a manos del Covid-19. Cuántos de esos 1,320 no sujetaron la mano de alguien antes de morir. Cuántos de ellos, no acompañaron a quienes murieron sin ver a sus seres queridos, pero sujetando la mano de aquel desconocido. Cuántos de ellos no otorgaron las últimas palabras de aliento, la última sonrisa, la última mirada, a gente que no sólo perdí a la vida, sino que lo hacía en la más profunda soledad.
Ese gesto, esa humanidad, ese arrojo y ese compromiso, les costaría más tarde la vida. Ellos lo saben. No es ignorancia ni arrojo irracional, son decisiones de humanidad, que no todas las personas estamos dispuestas a realiz ar. Este fin de año, todos los mexicanos debemos reflexionar y honrar a quienes lo han hecho, en silencio y sin descanso, en los hospitales por todos nosotros. Sin conocer nuestros nombres, nuestras circunstancias, ni nuestra pasado. Lo hacen desde el más profundo de los altruismos. No son las acciones de una institución, ni realizadas por una instrucción, como hace 157 años dijo Lincoln, hay acciones que sólo se pueden entender como acciones que son del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.
Magistrado del PJCDMX. E
xembajador de México en Países Bajos