El fin de semana pasado desfilaron en sus coches miles de personas por casi todos los estados de la República mexicana con el propósito de solicitar una sola cosa: la renuncia del Presidente López Obrador. Así, no más pero tampoco menos, son los propósitos del Frente Nacional Anti-AMLO.

Nunca he estado en contra de las manifestaciones o de las marchas. Muy por el contrario, las aplaudo con gran entusiasmo. No hacerlo sería una forma de desconocer la historia de nuestras sociedades modernas; desconocer la evolución y el desarrollo del Derecho. Gozamos de una semana laboral de cinco días, las mujeres tienen voto, los derechos civiles y políticos se lograron, todo gracias, a marchas y manifestaciones sociales. A demostraciones de descontento en las calles. Que es el lugar donde reclaman los que no tienen voz, los que no tienen a dónde más recurrir, los que necesitan un foro y el único que tienen es la acera pública.

Sin embargo, hay momentos y momentos en la historia. Hay situaciones que no reclaman disidencia sino unión y fortaleza. Hay momentos en los que debemos detener nuestros intereses y preferencias personales en aras del bien común. De verdad las personas que marchan quieren añadir una crisis más al país. ¿No basta con la crisis de salud y la sanitaria?, ¿no basta con la crisis económica que se viene?, ¿no basta con el desempleo?, ¿no basta con la crisis social derivada de la pandemia? Parece que no basta, y ahora queremos añadir una crisis más: la política.

En las sociedades modernas el concepto de amistad siempre se refiere a cuestiones personales y privadas. Cosas que sólo tienen que ver conmigo y una persona. Una amistad la configuramos como un tête à tête con alguien más y no de otra forma. Pero esta es una manera muy restringida de entenderla.

Aristóteles decía que la amistad no se limita a los espacios privados, sino que existe una verdadera necesidad de considerar la amistad cívica o ciudadana. Es necesaria, para lograr mayor estabilidad y generar climas de cooperación entre los miembros de la comunidad política. Efectivamente, esta concepción es una anticipación filosófica de lo que posteriormente hemos llamado la fraternidad civil. Ese ideal político que los franceses hicieron suyo desde su gran Revolución. No era suficiente con la libertad ni con la igualdad de los miembros, ellos deberían arroparse, unos a otros, con amistad fraternal. Se entiende que esa clase de amistad es una forma política de amistad destinada a generar una mayor solidaridad; una mejor convivencia entre los ciudadanos.

Uno de los elementos más interesantes de la idea aristotélica sobre la amistad cívica es que está destinada a generar concordia y a evita la discordia; prevé e intenta eliminar la lucha entre las clases sociales que constituyen a toda la polis. Efectivamente, como toda amistad, se debe aprender a entender y manejar. Debemos comprender que a veces salir a las calles puede ser tan fraterno como quedarse en casa. No siempre se requiere la manifestación de algo para hacerle bien a la ciudadanía, ni a la democracia.

No es momento de divergencias ni rompimientos. Los mexicanos siempre nos hemos auxiliado y hemos sido solidarios los unos con los otros. Pero parece que ahora, por la falta de escombros en las calles, algunos creen que no hay gente que nos necesita. No porque los edificios no estén derruidos y nuestra solidaridad no se haga pública, no quiere decir que el país no requiere de nuestro fraternal apoyo. Hoy México necesita jalar parejo. Estemos o no alineados ideológicamente con el gobierno. La amistad cívica nos los exige. No añadamos una crisis más a nuestro país. Primero, salvemos a quienes lo necesitan y cuidemos de los demás; ¿cómo? sin salir de casa y haciendo caso a la autoridad.

Magistrado del PJCDMX. Exembajador de México en los Países Bajos

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