Entre el 17 y el 18 de mayo cerca de 6 mil inmigrantes ingresaron de golpe desde Marruecos al enclave español de Ceuta, en el norte del país africano. Hombres, mujeres, ancianos, bebés y cerca de 1,500 menores de edad, de acuerdo con estimaciones del gobierno hispano, se echaron al agua para alcanzar, a nado, la ciudad autónoma en manos de España desde el siglo dieciséis, o atravesaron andando la frontera ante la pasividad de los gendarmes marroquíes. En su gran mayoría, los miles de migrantes que, entre la tarde, la noche y la madrugada del lunes y del martes de esta semana, se adentraron en Ceuta eran magrebíes, pero también, entre ellos se encontraban múltiples nacionales de varios países del África subsahariana.
Imágenes desgarradoras de lo sucedido han dado la vuelta al mundo, un bebé de apenas días de nacido siendo rescatado de las aún heladas aguas primaverales del Mediterráneo por un buzo de la Guardia Civil española; un delgado y asustado joven negro abrazando desconsolado a una cooperante de la Cruz Roja; la minúscula urbe norafricana asediada por tanques y militares armados; padres de menores marroquíes que cruzaron solos buscándoles desesperados entre aquellas escenas apocalípticas.
La rabia y la empatía, por igual, llenaron de mensajes, hashtags, comentarios e insultos las redes sociales de toda España y media Europa. Bruselas se pronunció al respecto y Washington calló. La embajadora marroquí en Madrid fue llamada de vuelta a Rabat y el gobierno de Pedro Sánchez ha navegado como ha podido una de las más recientes crisis de su administración. Una crisis política, diplomática, económica incluso. Pero, sobre todo, una crisis humanitaria, de la que México tendría que estar más atento.
Nuestro país tiene una responsabilidad moral e histórica con la causa migrante. México posee una de las diásporas más ensanchadas del mundo. En Estados Unidos viven decenas de millones de migrantes e hijos, nietos y biznietos de migrantes mexicanos que han vivido por décadas, en carne propia, los terribles estragos de un sistema internacional y de un gobierno local, el americano, indistintamente si se viste con el uniforme demócrata o con el uniforme republicano, que criminalizan a los migrantes.
La apremiante situación protagonizada estos últimos días por Ceuta, y en menor medida por Melilla, no es un caso aislado, más bien es sintomática de una realidad omnipresente. Los millones de venezolanos que han debido salir de su país y vagar por medio mundo, como migrantes, refugiados o solicitantes de asilo, es otro claro ejemplo de la urgencia de abordar la movilidad humana desde una perspectiva humanitaria y multilateral. La población rohingya en el sureste de Asia, la siria y la yemení en la península arábiga, el conjunto de las poblaciones africanas para las que migrar nunca ha sido una opción sino una necesidad, son otros cuantos ejemplos. Por no hablar de los flujos humanos desde el Triángulo Norte de Centroamérica
hacia Estados Unidos o de la perenne tragedia de la población palestina en los territorios ocupados.
Es propicio que la migración y los flujos humanos vuelvan a la agenda multilateral, la situación mundial así lo demanda, y es momento de que México retome un liderazgo que le corresponde como deuda histórica y como compromiso moral. El Pacto Mundial para una Migración Segura, Ordenada y Regular de Naciones Unidas de 2018, que México impulsó prácticamente desde su inicio, es el primer acuerdo global común que aborda la migración en todas sus dimensiones. Un acuerdo que si bien no es vinculante no puede quedar en letra muerta. Hoy, ha llegado la oportunidad de darle sentido y vida.
A la par de la siempre desafiante relación con nuestros vecinos estadounidenses, el gobierno de México ha de retomar un liderazgo multilateral que se siente decaído a fin de reencaminar su política exterior, previniéndola de la dispersión, y enfocándola en atender un tema que nos es natural en un ámbito que conocemos a detalle. Esto no sólo es lo correcto, ante una arena multilateral vapuleada por aislacionismos nacionalistas y amagada por los devastadores efectos de la pandemia por coronavirus, sino que también es lo que conviene a nuestros intereses.