En un reciente texto, preguntó qué o a quién representa Marcelo Ebrard. Haciendo explícita la poco diplomática respuesta que el presidente López Obrador envió al Parlamento Europeo y el silencio que ante ella guardó el titular de la dependencia que opera la diplomacia mexicana, el autor apuntó que Ebrard tiene una larga experiencia en el manejo del poder, pero todavía no la acredita como líder. Es decir que, bajo su óptica, el no rompimiento público del Canciller por decisiones controvertidas —con quien en términos jerárquicos es su jefe y en términos políticos es el dirigente del movimiento en el que todavía milita— pone en duda su capacidad de liderazgo.

Ciertos resultados de la Secretaría de Relaciones Exteriores parecerían indicar lo contrario. Desde la interposición de una demanda contra fabricantes de armas estadounidenses por su responsabilidad en el impulso de la violencia en México, pasando por la integración de un portafolios de vacunas contra Covid-19 en medio de la escasez y el acaparamiento internacional hasta la consolidación de un equilibrio entre volver a tener presencia en América Latina y seguir conservando la estabilidad en la relación con Estados Unidos, primero con Donald Trump y ahora con Joe Biden.

Menospreciar el espacio que ocupa (y podría ocupar) Marcelo Ebrard en el espectro político mexicano tiene sus asegunes. No sé si con cabal éxito, pero Ebrard ha intentado representar la idea de una política efectiva y, en paralelo, ha intentado empujar la visión de una política vanguardista. La certidumbre de la eficiencia política y la posibilidad de la apertura ideológica no son fáciles de compaginar en la función pública. Dado el complejo contexto nacional e internacional, no deberían de ser desestimadas. Tampoco de cara al futuro.

Sumado a ello y mientras que las encuestas recientes lo colocan como puntero, Ebrard es, quizá, el único aspirante a la Presidencia en 2024 que, ante el escenario de una sucesión presidencial anticipada, no ha perdido el enfoque. No obstante, la prudencia que ha decidido guardar el Canciller en los últimos meses (como lo reiteró en una reciente entrevista: “Si te distraes, vamos a decirle, le dedicas todo tu día, tus emociones, a pensar en eso, te vas a equivocar. ¿Por qué? Porque vas a descuidar lo que estás haciendo. Vas a empezar a pensar tus decisiones en función de eso. Y te vas a equivocar. Eso es lo que yo he visto toda mi vida”) no debería descalificar a priori una aspiración legítima (que, en la misma conversación, ratificó el Canciller: “No hay que distraerse, hay que esperar las reglas y los tiempos establecidos en la ley... Toda la vida me he preparado para ser candidato presidencial y si tengo la posibilidad de competir lo voy a hacer”).

Solo el tiempo dirá si la apuesta moderada de Ebrard logró refutar la versión de que únicamente en el desbordado eco o en la desbocada resistencia (estilos y circunstancias) se encontraban señales de firmeza y apuntalamiento. Hoy, su apuesta, quizá pretende demostrar que, en la medida contención, también pueden confluir la lealtad y la consistencia. Claramente, sin que ello signifique necesariamente estar destinado a representar una simple sombra para siempre.

Internacionalista, periodista y analista político.
@DiegoBonetGalaz

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