La única ocasión que conviví con el poeta colombiano Jaime Jaramillo Escobar (1932) ambos asistíamos a un festival de poesía en la ciudad de Caracas, en agosto de 1993, “año axial”. Apenas conversé con él; hombre de pocas palabras, cuya reserva rozaba la hosquedad, despertó en mí una gran admiración —que dura desde entonces— cuando lo escuché leer sus caudalosos poemas. Totalmente solo, en un escenario vacío, ante un atril en el que había una caja de la que iba sacando un rollo interminable con sus versos, leía con una voz firme, pausada, extraordinariamente expresiva. No dudo de que él mismo haya organizado esa presentación ascética, singularmente espectacular; aquello era digno de verse y, desde luego, de escucharse. Ahora tiene 89 años de edad y es uno de los poetas más vigorosos de América Latina y uno de los más originales.
Lo traigo a cuento porque hace unos días me hice de una breve antología de sus poemas. Ya los conocía casi todos pero quise tener una edición manual, portátil, para sacarla a la calle y leerla en cafés y en el transporte público. Se llama Poesía sin miedo y fue publicada en Medellín, la ciudad donde Jaramillo Escobar ha residido prácticamente toda su vida. Ahí militó en las filas del nadaísmo, provocador movimiento poético encabezado por Gonzalo Arango y Jotamario Arbeláez. A este lo conocí y lo he visto dos o tres veces más; a Arango no, porque había muerto hacía tiempo.
De Jaramillo Escobar tuve curiosas primeras noticias. Hace años descubrí sus poemas en una revista: llevaban la estrambótica firma que utilizaba en la militancia nadaísta y que encabeza estos renglones: X-504.
En clases universitarias me he dado el gusto de leer sus poemas en voz alta ante un auditorio desconcertado. Me explico. El tono de los poemas de Jaramillo Escobar es único: una mezcla de desenfado y prosaísmo de alto voltaje que fragua en una poesía absolutamente eficaz, que toca fibras íntimas y despierta sensaciones complejas y emociones intensas: risa, ternura, extrañeza profunda. Sería fácil relacionarlo con la célebre antipoesía de Nicanor Parra; pero este colombiano tremendo va, en mi opinión, más allá del poeta chileno; frecuenta o habita territorios similares a los del italiano Giorgio Manganelli. Son diferentes, pero los relaciono porque los dos son raros: marginales por la expresión, el estilo, la imaginación excéntrica, el sello de rebeldía íntima y a veces explosiva, antiburguesa y un sí es no es circense o siniestra, según el caso del texto de que se trate, poema fábula, memoria.
En México, la poesía de Jaime Jaramillo Escobar ha tenido fortuna. Su amigo José Ángel Leyva publicó aquí un tomo valioso que reúne tres libros y que se titula así, precisa y sencillamente: Tres libros. Tiene dos prólogos, uno de J. V Anaya y otro de Andrés Holguín. Lo atesoro porque uno de los libros que junta lo perdí para siempre debido a un préstamo alocado que hice en mala hora.