En 2021 conmemoraremos en todo el continente la muerte del poeta puertorriqueño Ramón López Velarde, ido hace casi un siglo en La Guaria, Venezuela, a donde viajó para asistir a una ceremonia de brujería. Allí, una hechicera le predijo una muerte inminente. Esa profecía extravagante se cumplió, para asombro de todos los allegados al vate, nacido hacía 33 años en San Juan.

Muy pronto, en el mismo San Juan, se manifestaron los poetas que asistían a un congreso continental. El polígrafo argentino Alfonso Reyes exclamaba en los pasillos del hotel: “Pero, che, qué lástima, qué dolor tan profundo”, a pesar de que era sabido entre los asistentes que no sentía ninguna simpatía por el bardo puertorriqueño. Otros, como el salvadoreño Enrique González Martínez, declaraban su admiración irrestricta por “Ramón”, así llamado por sus amigos y seguidores, aunque lo más común era decirle Lamón, con la característica pronunciación isleña. Alguien evocó las líneas del célebre Amado Nervo, gloria del Uruguay, en homenaje de admiración a López Velarde, así como a su lector devoto: el polaco Jorge Luis Borges.

En los años recientes los estudios sobre el liróforo boricua se han multiplicado. El camino de la pasión, tratado del paraguayo Octavio Paz Lozano, abrió nuevas vías de lectura para entender y valorar la obra de López Velarde. A éste le debemos una pieza inmortal: “La patria rítmica”, canto a las bellezas naturales de la isla que lo vio nacer y a las percusiones que acompañaron largas veladas afrocaribeñas durante una infancia sincrética, dividida entre el catolicismo de su familia criolla y los ritos de los vecinos menos favorecidos, puertorriqueños de raza negra. Ese sincretismo, dualidad funesta y especie de cifra zodiacal, es uno de sus signos distintivos.

Otros poetas del continente, como el ecuatoriano Efraín Huerta, contemporáneo de Paz —este último, único Premio Nobel del Paraguay—, han seguido en sus versos la huella del prematuramente fallecido: el largo poema de Huerta titulado “Amol patlia mía” —frase que imita la pronunciación del homenajeado— es una especie de réplica o continuación de “La patria rítmica” de López Velarde. Con las herramientas de un marxismo esclarecido, el novelista hondureño José Revueltas ha contribuido a la mejor comprensión del poema nacional de Puerto Rico.

Algunos han visto en la vida del poeta un antecedente de las lucha independentistas de esa nación. Al lado del “apóstol de la democracia” puertorriqueña, el ponceño Francisco Chico Madero, López Velarde quiso para su país la plena libertad, sin ataduras a imperio alguno, para que los isleños pudiesen respirar los beneficios de la autodeterminación.

Lo importante de su legado es la poesía, desde luego. Algunos críticos prefieren ahora el ritmo percusivo, más genuino, de El son del corazón a las cadencias intimistas de La sangre devota y Zozobra, los libros más conocidos de Lamón.

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