“ Bishoujo Mon y tres cosmodels hacen el cosplay perfecto de Uzui y sus waifus ”: esto leí en el encabezado de una noticia. Me quedé como dicen que se quedó Federico García Lorca (desde luego, fingía y exageraba) ante el verso de Rubén Darío “Que púberes canéforas te ofrenden el acanto.” El comentario de García Lorca fue este: “Nada más entiendo el que.”
Nada más entiendo en el encabezado de esa noticia un puñado de palabras del español normal: el verbo “hacer”, conjugado en presente de indicativo; el numeral “tres”; el adjetivo “perfecto” adosado a una palabra misteriosa (cosplay), las conjunciones y el posesivo “sus”. Lo demás es pura tiniebla.
Sospecho que estoy fuera de una jugada de la que no participo ni participaré, fatalmente, por mi sola edad (72 añitos). Es la jugada de los niños, adolescentes y acaso jóvenes que están inmersos en los mundos de fantasía que han sido construidos afanosamente en Japón y Corea, de donde vienen muchas formas actuales del entretenimiento. Sospecho también que debo inspirar lástima a más de uno que lea estas confesiones aturdidas. ¿Qué le vamos a hacer? Así es el tiempo y una ley inflexible manda que lo viejo le deje espacios cada vez más amplios a lo nuevo, al precio que sea. No seré yo quien se oponga a ese camino de las cosas, los fenómenos, los cambios de gusto y la aparición de nombres sorprendente y palabras hasta ahora insospechadas.
Puedo incursionar en el Ubi sunt en versión actual. El Ubi sunt es el recurso literario por medio del cual se hacen las evocaciones intensamente nostálgicas de cosas pasadas y figuras de antes que no volverán, como cuando Jorge Manrique exclama en sus famosas Coplas “¿Qué se fizo el rey don Juan? / Los infantes de Aragón, / ¿que se fizieron?” Estoy seguro que el noble español del siglo XVI le parecerá poco menos que ridículo a los aficionados a Uzui y sus waifus . Podría yo decir, digamos: Mi carrito de baleros, ¿dónde se perdió? Y mi balón con los autógrafos de los jugadores del Atlante ¿dónde quedó
extraviado para siempre?
Pero no se crea que me entra una nostalgia irrestañable. Como puedo, trato de adaptarme a los tiempos de hoy. Sin exagerar, desde luego; no seré nunca experto en Naruto, pero puedo ver y rever algunas buenas películas japonesas de dibujos animados. La afición por las cintas de Hayao Miyazaki es algo que comparto con algunos jóvenes, por ejemplo. No es gran cosa, pero es algo. Eso sí: no me gusta “hacerle al joven” o al “viejo juvenil”; lejos de mí esos desfiguros. Creo que, hasta ahora, eso sí me ha salido bien.
Lo que sé, lo que me conforta, es que están cerca de mí algunos muchachos que, si se los pido, pueden explicarme algunas cosas que están fuera de mi alcance. Solamente les pido que no me humillen sin querer con comentarios que conozco bien. Como cuando les pido ayuda con mi celular y dicen “pero si es refácil”. No, eso no: será fácil para ellos.
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