Hay metáforas orgánicas y metáforas estructurales (arquitectónicas, urbanas…) de las obras literarias. El fenómeno está muy extendido y desmiente en los hechos una cierta imagen reduccionista y cerebralista de la crítica literaria: la que va a ésta como una tarea gobernada por el pensamiento riguroso y rígidamente metódico sin la menor concesión a las imaginaciones y efusiones de la fantasía; es una idea falsa pero tiene un extraño prestigio.

Veamos algunas de esas metáforas críticas. Entre las primeras —las metáforas que aluden a los organismos vivos—, hay algunas consagradas, como la del cuerpo mismo con el que, explícitamente, se compara un conjunto de textos; de ahí a destacar los fluidos o humores que los recorren hay un paso. Uno de los ejemplos más notorios de este fenómeno es el de la llamada “poesía de la sangre”. No se designa de ese modo porque tome a la sangre misma como su tema, aunque puede hacerlo, sino porque está animada (orgánica, violentamente) por una pasión que circula incesante y a veces se derrama de modo trágico, figuradamente, en los versos, para mostrar heridas y desgarraduras, casi siempre simbólicas; por eso Gerardo Deniz decía con socarronería que era difícil entender cómo a los poetas les pasaban las cosas de las que hablan y sobreviven para contarlo. En otro registro, he oído y leído críticas que dicen “a esta poesía le falta nervio”, “a la novela de Perengano le sobra hiel” o “en la médula de tal libro encontré un misterio”.

Las metáforas estructurales son diferentes. Una novela es una ciudad, digamos; el Ulises, de James Joyce, se confunde, célebremente, con el Dublín de 1904 y equivale a esa configuración: novela-ciudad; lo mismo ocurre con la capital argentina en el libro de Leopoldo Marechal titulado Adán Buenosayres y en alguna medida con el célebre “Informe sobre ciegos”, de Ernesto Sábato.

Pero la metáfora estructural que más me ha llamado la atención es la que imaginó José Gorostiza para la composición o hechura de Muerte sin fin, que en 2019 cumplió 80 años de publicación, como recordé en este mismo espacio.

Esa metáfora la recogió Salvador Elizondo en la conversación que sostuvo con Gorostiza al final de la vida de éste. Elizondo le preguntó al gran poeta cómo había escrito su poema de 1939; Gorostiza respondió de esta manera, palabras más o menos: “Pues verá usted, poniendo piedra sobre piedra”; por eso lo he llamado alguna vez “alarife genial”, además de darme el gusto de utilizar esa hermosa palabra de raíz árabe que tiene su equivalente en la modesta y noble palabra común “albañil”, no menos árabe que aquella, pero mucho más conocida.

Las metáforas críticas son parte constitutiva de la crítica literaria. No puede ser de otra manera. El pensamiento metafórico y el lenguaje que le corresponde forman parte del lenguaje en general, y a sus derivas no puede sustraerse ni siquiera el crítico literario más frío.

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