Durante casi 50 años, la novela corta de Joseph Conrad (1857-1924) titulada Heart of Darkness ha sido el objeto principal de un debate constante en los medios académicos, literarios y, en general, culturales del mundo de lengua inglesa. El debate lo encendió en 1975 un ensayo del escritor nigeriano Chinua Achebe, que manifestó su indignación ante una obra literaria que deshumanizaba a los africanos y poco menos que propugnaba el genocidio. Aquel ensayo ha sido examinado, refutado, apoyado, en incontables ocasiones. Uno de sus principales comentaristas fue el profesor Hunt Hawkins, que presentó diversos argumentos para refutar a Achebe. Pero a esos nombres habría que sumar muchos otros, entre ellos el de Edward Said, cuya tesis universitaria de doctorado se ocupaba de la figura de Joseph Conrad.

El título de la novela ha sido traducido al español como El corazón de las tinieblas. Podría haberse preferido “oscuridad” para trasladar a nuestra lengua la voz “darkness”; pero así ha quedado entre nosotros. El sentido de ese título es el tema de estos renglones.

La explotación de los recursos naturales de África —en el caso de esa novela, del territorio del Congo— constituye el motivo desencadenante de la narración. Un empleado de cierta compañía que se ocupa de esa explotación se ha perdido en la selva; otro empleado, llamado Marlow, se interna en la selva por la vía del río Congo para buscar a ese individuo, llamado Kurtz. La última parte del relato se ocupa del hallazgo de Kurtz, convertido en una especie de rey salvaje, y su muerte.

El viaje de Marlow parece ser a las profundidades de un corazón tenebroso: el centro inasible y aterrador de África, reverso de la Europa civilizada y blanca. Es una interpretación del título: el corazón africano de las tinieblas es lo contrario del progreso europeo. El mismo tema de Sarmiento: civilización o barbarie, tratado narrativamente por Joseph Conrad.

Hay otras interpretaciones del “corazón de las tinieblas”. Una de ellas presenta la transformación de Kurtz como una deriva necesaria de la descomposición civilizatoria: uno de los extremos, el más destructivo, de la experiencia europea. Kurtz representa a los “hombres huecos”, vaciados de sustancia y destino, que el progreso desfigura sin remedio. Esto puede verse en los monólogos de Marlon Brando en la más célebre adaptación cinematográfica de la obra de Conrad: Apocalipsis ahora, de F. Ford Coopola, en la que el Congo es sustituido por Vietnam durante la guerra más significativa de la segunda mitad del siglo XX. La imagen de Brando como Kurtz es la que tenemos presente.

El debate continúa aun en nuestros días. Parece interminable y quizá lo sea. Chinua Achebe no deja de reconocer la maestría estilística de Conrad y su genio artístico; pero no le parecen importantes frente a los alcances perniciosos de su obra. El otro punto de vista procura ampliar los horizontes de la discusión.

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