El Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) es y ha sido lo que suele llamarse, con una frase hecha, “motivo de orgullo para los mexicanos”. Originalmente escribí lo anterior y puse “para todos los mexicanos”, pero tuve que suprimir la palabra “todos”. Quitar esa palabrita no tendría mayores alcances (hay indiferentes en todos lados) si no fuera porque esos mexicanos a los que el INAH no les importa son los poderosos funcionarios que han ordenado un recorte brutal del presupuesto a esa institución, “motivo de orgullo” en este país.

Esos recortes presupuestales me recordaron un verso de Paul Éluard, traducido por Rafael Alberti y María Teresa León (¡cuántos comunistas en tan poco espacio!): “Mirad cómo trabajan los constructores de ruinas.” Las ruinas del INAH no se van a parecer a las de nuestro pasado prehispánico, que ese instituto ha resguardado ejemplarmente durante tanto tiempo: las ruinas del INAH, alguna vez orgulloso y enorgullecedor, serán la horrible consecuencia de una devastación secular ordenada por la sinrazón de Estado que desdeña la cultura, el arte, el pensamiento, la ciencia, según han señalado en estos tiempos voces escandalizadas, indignadas.

No sabemos, nadie sabe, si el recorte se llevará a cabo. La sola amenaza es motivo de inmensa pesadumbre.

Le han recortado antes el presupuesto al INAH. Quienes trabajaban allí decían que cada cierto tiempo los gobiernos lo convertían en una RUINAH, así, con una H al final de la palabra. Pero el tamaño del recorte de 2020 no tiene precedentes: resulta sencillamente monstruoso, del 75%. Efectivamente, el gobierno actual no se parece a los anteriores, como tanto insisten en la cúpula.

El gran historiador Antonio García de León se ha pronunciado enérgicamente en contra de ese trato al INAH. El etnólogo Sergio Raúl Arroyo, hombre de talentos múltiples, que dirigió el Instituto hace algunos lustros, recordó una conferencia suya de 2003 para comentar la situación actual. Hablaba entonces del combate del INAH en contra “de un nacionalismo homogeneizador y demagógico” y en cómo se convirtió “en un instrumento fundamental del desarrollo social”. “Darle la espalda a la investigación, conservación y difusión del patrimonio cultural mexicano (…) es un acto a favor de la ignorancia política que solo encuentra en la antropología y la arqueología recursos aleatorios y ornamentales de la metafísica y el chovinismo”.

Si tales eran las amenazas en 2003, ¿qué debemos decir ahora? Esa línea de defensa que el INAH representa puede no resistir los embates de la “austeridad”.

Hace unos días, más de 6 mil estudiosos y trabajadores se organizaron en contra del recorte presupuestal, mandaron a sus representantes al Palacio Nacional a entregar una carta y fueron recibidos con una frialdad rayana en el desprecio.

¿Veremos la desaparición del INAH, inconcebible hasta hace poco? Sería una calamidad y una vergüenza.

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