En 2022 no hay aniversario literario de mayor relieve que el tema de esta columna. Tiene, verdaderamente, un inmenso relieve: es un auténtico Himalaya en el panorama de las letras modernas. Hablo de los 100 años de la publicación de un poema decisivo de nuestra época, un tiempo que sigue siendo el mismo en 2022: La tierra baldía, frase titular que así tradujo en 1930 el profesor puertorriqueño Ángel Flores del inglés de Thomas Stearns Eliot, su autor.

La frase de Eliot para el título de su poema era y es “the waste land”, que equivale más o menos a lo que Flores tradujo; simultáneamente, Enrique Munguía volvió prosa los versos de Eliot y los publicó con un título diferente: “El Páramo”, en las páginas de la revista mexicana Contemporáneos.

Estas y muchas otras historias del mayor interés abundan en el ensayo de Álvaro Ruiz Rodilla publicado en un número reciente de la revista Nexos. Es una revisión de varios momentos mexicanos en el destino de T. S. Eliot, en especial su poesía, en nuestro país. Es un texto admirable, una lección de buena información comentada con sagacidad.

Hace cuatro años, en el 130 aniversario del nacimiento de Eliot, Tedi López Mills publicó en el Periódico de Poesía de la UNAM un “recuento”, así lo llamó, de momentos importantes en la vida y la obra de Eliot. López Mills se concentró al final de su escrito en algunos estilos de traducir La tierra baldía. Esos dos ensayos tienen un acompañamiento formidable en el territorio de Eliot: la versión de los Cuatro cuartetos de Eliot hecha en 2017 por José Emilio Pacheco. Con este repaso quiero decir algo sencillo que me parece importante: no le han faltado a Eliot buenos lectores mexicanos, de Enrique Munguía a Rodolfo Usigli y Jorge Hernández Campos; pasando por Octavio Paz, Luis Miguel Aguilar, José Luis Rivas y Gerardo Deniz.

Este último, Deniz, me mostró hace muchos años algunos senderos poéticos en Eliot que ahora he podido recorrer con provecho, a placer, gracias a las formidables ediciones de Christopher Ricks y Jim McCue. Son las veredas de los poemas breves compuestos en la juventud del poeta, es decir, las “invenciones de la liebre de marzo”, título de ese libro marginal rescatado o reconstruido por los investigadores con los materiales atesorados en archivos y bibliotecas. Creía yo que tenía bien leído a Eliot, pero no: allí estaban páginas memorables de su poesía, en esos libros al mismo tiempo nuevos y viejos de más de un siglo.

Regreso a La tierra baldía. Se publicó hace 100 años, en Estados Unidos y en Inglaterra. La influencia que ha tenido es imposible de medir, pero tiene dimensiones cósmicas. Al lado de ese influjo, el pensamiento crítico de Eliot constituye el otro hemisferio de su poder de impregnación. Para ciertas mentes sencillas es meramente un autor del lado del “conservadurismo”. Para los lectores sin prejuicios es un poeta inevitable: es imposible darle la vuelta.

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