Carlos Slim, Ricardo Salinas Pliego, Germán Larrea, Roberto Hernández, Alberto Baillères, en fin, todos los millonarios de México deben estar de plácemes ante el espectáculo distractor que brinda el político que ahora encabeza el Poder Ejecutivo. Los ataques a la UNAM, a los científicos, a los escritores, a los académicos, deben tenerlos contentos. Lo mismo debe estar pasando con los narcotraficantes, los secuestradores, los ladrones, los extorsionadores —muchos de los cuales actúan impunemente desde la cárcel—: qué bueno, deben decirse, que con ellos no se mete el presidente, quien se cansó de denunciar, desde la oposición, las alianzas perversas de los ricos con el poder político y las complicidades gubernamentales con los delincuentes, a quienes ahora se ofrecen abrazos.

Entre los partidarios del actual gobierno, hay quienes mueven la cabeza, dubitativos, y dicen que los problemas son muy difíciles de resolver. Claro, desde luego; lo fácil es agredir continuamente a quienes no tienen el poder de esos millonarios ni el poder de fuego de los maleantes que han desgarrado este país.

El último ataque a los “nuevos derechos” y a los supuestos negocios que se hacen a su sombra es la expresión reciente de ese show para la galería del voto duro. El feminismo, la defensa del medio ambiente, los derechos humanos, la protección a los animales: todas esas “causas nobles” han sido manchadas, según el presidente, por el neoliberalismo, esperpento a modo para tener fascinada a la concurrencia, como quien monta un espectáculo de feria y exhibe a un monstruo, fabricado expresamente para asustar o indignar al público.

Todo esto es una lástima, una oportunidad perdida. Un espectáculo patético en el que se mezclan la tozudez, la ignorancia, la soberbia, el abuso del poder público, la distorsión del mínimo sentido de servicio.

Los adictos al gobierno protestan porque un empresario oposicionista dice que quiere hacer una lista; la idea es medio tonta, la verdad. Dicen que es “macartismo”, que estamos ante el despuntar del “fascismo”. Hace pocos años, a mí y a mis colegas escritores nos incluyeron en una lista gubernamental de denuncia: por haber recibido becas, por querer escribir poemas, cuentos, novelas, ensayos. El presidente mismo ha presentado listas de denuncia. Todo tiene un aire de locura, de teatro del absurdo.

La denunciante de los escritores “privilegiados” sigue al frente de la agonizante agencia Notimex. Ya acabaron con el Fondo de Cultura Económica; quieren acabar con la UNAM.

Los mexicanos siguen boqueando, con un cansancio de siglos a cuestas. Con una desesperanza salpimentada, acaso, por las baratijas de violencia verbal que se les ofrecen en las mañanas desde el púlpito de Palacio Nacional. Hay quienes las aceptan como un regalo limosnero. Hay quienes les dan vueltas a los dichos y las cansinas gracejadas como una forma superior de astucia. En estos tiempos vivimos.

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