Un día soleado, hace ya muchos años, visité en el Colegio de Michoacán, en la ciudad de Zamora, al maestro Luis González y González (1925-2003). Hombre de una cordialidad desarmante, era también un conversador extraordinario. Hablamos de unas cuantas cosas; recuerdo su disertación sobre el agua de esa región de Michoacán. El maestro hizo un elogio muy elocuente de las fresas de Zamora, tan sabrosas como las de Irapuato, gracias a la limpidez de los mantos acuíferos. Le hablé con admiración de su libro Pueblo en vilo, pero no me hizo mucho caso, entusiasmado como estaba por las tareas del Colegio de Michoacán. Poco tiempo después abrió una sede de la institución en La Piedad.

En estos días he leído buenos artículos sobre González y González y su libro, una obra extraordinaria de microhistoria. La razón de ser de esos artículos no puede ser más deprimente: la matanza del pasado domingo 27 de febrero, ocurrida en el pueblo sobre el que aquel historiador benemérito escribió un texto clásico de la cultura mexicana. Los autores de los elogios de González y de su libro tienen mejores y más valiosas credenciales que yo para hablar de historia, de microhistoria y de don Luis; son ellos mismos historiadores. Sus nombres son Héctor Aguilar Camín y Jorge F. Hernández, ambos, además, preocupados sinceramente por lo que pasa en nuestro país.

Ha habido varios puntos de quiebre en la historia mexicana reciente. Tlahuelilpan, Estación Olivos, el “culiacanazo”, entre otros: que cada quien añada los que recuerde. Uno de ellos fue lo sucedido en San José de Gracia ese domingo de fines de febrero.

En la comparecencia matutina en la que habló de la tragedia, el Presidente no le dedicó más que unas frases y destacó el hecho de que no fue una “matanza de Estado”, extraño consuelo. Resulta difícil de entender esa postura, así como la obcecación en la consigna “abrazos, no balazos”.

El Presidente afirma que las oportunidades de educación y empleo les van a quitar a los delincuentes a los jóvenes, que preferirán, entonces, una vida plácida y honrada a las experiencias vertiginosas de la sangre y el fuego. Así, dice, el gobierno se ocupará de “las causas” y segará las posibilidades de que la tragedia crezca. Agrega que esto “llevará mucho tiempo”. Con ese plan suyo, será un tiempo igual a la eternidad y debería reconocer, por lo tanto, desde ahora, que México está condenado a vivir ensangrentado y en abismos cada vez peores de impunidad. Es imposible aceptar que el Presidente vea las cosas de una manera tan simplona. Debería saber que hay causas múltiples y complejas para lo que sucede en el mundo del crimen.

San José de Gracia será otro nombre en la tragedia mexicana de estos años desgarrados. El libro que Luis González y González le dedicó se leerá con desolación y tristeza, obra incómoda para el recuerdo que dejará el gobierno actual.

Así están la política y la cultura en nuestro país.

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