Los últimos días de septiembre trajeron consigo noticias sobre el aumento de tensiones belicosas entre Azerbaiyán y Armenia. En julio pasado las fricciones en la zona provocaron el fallecimiento de 16 soldados azeríes. Las manifestaciones nacionalistas en ese país solicitaban la “reconquista” del territorio perdido en 1994. Tanto el gobierno armenio como el azerí se acusan mutuamente de haber provocado los enfrentamientos.

El conflicto tiene su origen en el siglo pasado, cuando en 1988, justo antes del colapso de la Unión Soviética, la región de Nagorno-Karabaj declaró su independencia de Azerbaiyán. El conflicto concluyó en 1994 con alrededor de 30,000 fallecidos, más de un millón de desplazados y con un frágil acuerdo de paz. Azerbaiyán perdió el control de ese territorio y Armenia le otorgó a Nagorno-Karabaj su reconocimiento como un Estado independiente. Desde entonces, se han reportado enfrentamientos de bajo nivel, con algunos momentos de mayor tensión, el más reciente en 2016 conocido como la “Guerra de los Cuatro Días”.

Las recientes acciones militares en Nagorno-Karabaj dejan claro que la disputa entre Armenia y Azerbaiyán está más vigente que nunca. La amenaza a la estabilidad del Cáucaso es persistente.

La región del Cáucaso es considerada estratégica para Europa. Existen dos oleoductos que transportan petróleo y gas desde Azerbaiyán hacia el oeste. Ambos atraviesan Nagorno-Karabaj. Un conflicto prolongado podría poner en peligro el suministro de energía para Europa y, en consecuencia, aumentaría aún más la dependencia de las exportaciones de energía rusas. Este escenario pintaría mal para el bloque europeo que intenta superar esta relación de dependencia energética. En distintas ocasiones, Rusia ha utilizado esta relación comercial como herramienta política y de presión contra los europeos.

Sólo hay dos opciones para transportar petróleo y gas desde el mar Caspio hacia Europa: al noroeste a través de Rusia y al suroeste a través del Cáucaso. El aumento de la violencia en el Cáucaso retrasaría las pretensiones europeas para disminuir sus importaciones desde Rusia. El conflicto armado no sólo dañaría el comercio regional de energía, también pone en riesgo la seguridad energética europea y sus intereses políticos frente a Rusia.

Es fácil rastrear los apoyos a nivel internacional que un conflicto armado de esta naturaleza podría invocar. Por un lado, Turquía y Azerbaiyán firmaron en 2010 un Acuerdo de Asociación Estratégica y Apoyo Mutuo que, entre diversas cuestiones, establece que en caso de agresión militar contra cualquiera de ellos cuentan con apoyo de su contraparte. Por otro lado, Armenia y Rusia forman parte de la Organización del Tratado de la Seguridad Colectiva (CSTO, por sus siglas en inglés), pacto de defensa militar establecido en 1994 y que cuenta actualmente con seis países miembros de Asia Central.

El conflicto armado traería consigo un nuevo espacio de discrepancia política entre Turquía y Rusia. Ambos países apoyan a distintas partes en los enfrentamientos en Siria, y recientemente en Libia. Tampoco son menores la tensiones entre Armenia y Turquía. En 2018, las autoridades armenias rechazaron un acuerdo de paz firmado en 2009 con autoridades turcas. En ese entonces, se intentaba normalizar las relaciones diplomáticas entre ambos países tras casi un siglo de discordia, derivada de la matanza de población armenia a manos de las fuerzas otomanas durante la Primera Guerra Mundial.

En el pasado, Irán se ha ofrecido a mediar en el conflicto. Este país limita con las fronteras de Armenia y Azerbaiyán. La minoría étnica más grande en Irán es de origen azerí. Es probable que próximamente las autoridades iraníes nuevamente aborden la posibilidad de fungir como mediadores en el conflicto. En otras ocasiones la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), a través del Proceso de Minsk, dirigido por Estados Unidos, Francia y Rusia, ha fungido como mediador. Aunque en otros momentos, este espacio ha permitido que las partes avancen a favor de la solución del conflicto, los recientes acontecimientos demuestran que ha sido insuficiente. Es posible que la Organización de las Naciones Unidas (ONU) también levante la mano e intente nombrar un representante para intentar mediar el asunto.

Por lo tanto, sin un compromiso político real de ambas partes involucradas es poco probable de una solución pacífica definitiva. El sentimiento nacionalista en cada país suma un factor de presión para los gobiernos de los dos Estados. Principalmente en Azerbaiyán, tras la derrota militar en la guerra en 1994 que causó una profunda herida entre la población. En ambos países, el nacionalismo juega un papel crítico para la permanencia de los liderazgos políticos en la coyuntura actual.

Un conflicto armado directo podría tener consecuencias importantes para la región, por ejemplo, un flujo importante de refugiados, ataques militares que afectarían la infraestructura y posibles crisis económica y humanitaria. La región es importante por sus recursos energéticos, principalmente para Europa. Además, hay alianzas militares que podrían sumar recursos militares si el conflicto escala, prolongando así los enfrentamientos. Sin embargo, Turquía y Rusia probablemente no querrán abrir un nuevo espacio de confrontación indirecta. Varios son las posibilidades de mediación en el conflicto, pero ninguna será exitosa sin la voluntad de los liderazgos azeríes y armenios. En tal sentido, será fundamental el comportamiento de los nacionalismos en los dos países. Hay una larga solicitud de la población en Azerbaiyán que clama por la recuperación del territorio disputado. Este elemento no tiene que ignorarse para entender el comportamiento de las autoridades sobre el conflicto en las próximas semanas.

@DavidHdzLpz

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