El análisis de riesgos es importante para naciones, empresas y familias. Una adecuada planeación puede ayudar a mitigarlos, en ocasiones a evitarlos y en otros casos a facilitar la recuperación después de algún siniestro. Un temblor, por ejemplo, puede implicar daños patrimoniales tanto a la nación como a empresas y familias, en México lo hemos vivido en los trágicos temblores del 19 de septiembre de 1985 y 2017. Tener pólizas de seguros y planes de contingencia pueden ayudar a reducir el impacto de esos eventos. Como humanidad enfrentamos el mayor riesgo cuyas consecuencias pueden ser desastrosas: el cambio climático. Aunque gradualmente este tema se ha colocado en los primeros lugares de los mapas de riesgo, todavía no le damos la importancia que tiene. Lo que está en juego es la existencia misma de la humanidad.
El común de la gente no se preocupa por estos temas. Mucho menos si su nivel de ingreso es tal que apenas y le permite sobrevivir. En su búsqueda del sustento diario la principal preocupación suele ser económica: con qué alimentar a la familia, donde resguardarla de los elementos y que tengan un adecuado nivel de salud. Resueltos estos problemas vendrá la solución de otros, desde rescatar animales de la calle hasta la protección al medio ambiente. El problema es que se suele dejar hasta el final el tema ambiental, que es donde vivimos y cuyo descuido puede aniquilarnos.
Otros eventos geopolíticos suelen implicar atención y recursos para intentar resolverlos. Contemporáneamente el conflicto entre Rusia y Ucrania está teniendo ya impactos en las cadenas de suministro de cereales y de gas, que se está reflejando en niveles de inflación internacionales como no se habían observado en décadas. Este conflicto está reviviendo el uso de plantas generadoras de electricidad basadas en la quema de carbón mineral, con lo que el problema de la contaminación del aire, y consecuentemente del cambio climático, no sólo no se está resolviendo, sino que amenaza con ser más grave. Aunque el conflicto es dramático por la pérdida de vidas humanas y la destrucción de medios de subsistencia de mucha gente, como especie no es el principal riesgo, lo sigue siendo el del cambio climático.
Este año hemos observado incendios forestales en Europa, ríos que se secan en diversos países, ganado que muere de hambre y cosechas que no se logran por falta de lluvias. Si bien es cierto que problemas de esa naturaleza se han presentado siempre, también lo es que en los últimos años son más severos y esto es consecuencia directa del cambio climático. En pocas palabras, este tema es una realidad que se está reflejando en pérdida de vidas, de alimento y encarecimiento de bienes y servicios en todo el orbe. Ha dejado de ser un tema lejano para convertirse en uno que nos afecta directamente. Por ello se debe actuar inmediatamente. Las medidas tomadas hasta el momento son insuficientes. No debemos esperar que otras grandes ciudades sufran la misma suerte que Monterrey para actuar.
La declaración de emergencia climática a nivel internacional puede ayudarnos a mitigar el cambio climático. Para algunos estamos más allá del punto de no retorno, otros mantenemos la esperanza. El acelerar a través del marco normativo, financiero y política fiscal la transición hacia economías de carbón cero, pueden ayudar a resolver el problema. Asegurarnos de tener una explotación sustentable del agua y de que ésta se reincorpore a la naturaleza hasta después de haber sido tratada, así como prohibir la producción y consumo de plásticos y otros polímeros contaminantes de un solo uso son otras medidas que nos pueden ayudar a sobrevivir como especie. La pregunta es si estamos dispuestos a actuar en consecuencia, pues implica que muchos productos dejen de venderse envueltos en plástico, que el precio de la gasolina se encarezca y que los productos que utilizan agua como insumo de producción también sean más costosos como consecuencia del tratamiento de las aguas residuales. Si queremos sobrevivir, debemos tomar estas u otras medidas radicales. Ojalá estemos a tiempo de hacerlo.
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