Tenemos nuevo Secretario de Hacienda. De ser aceptada la propuesta del Gobernador del Banco de México, se estarán sentando las bases para que la forma de hacer política económica en México permanezca durante varios años, aún después de la salida del actual Gobierno y bajo el supuesto de que perdiera las elecciones la organización política que lo llevó a tal sitio. Esto no necesariamente debe verse como algo positivo o negativo. Depende de las preferencias políticas o económicas propias de cada persona. La controversia entre aquellos que consideran como algo positivo la intervención del Estado en la economía deben estar felices, en contraposición a aquellos partidarios del libre mercado, es añeja y data de hace por lo menos un siglo. Las últimas décadas el mundo se volcó hacia medidas de libre mercado, que no dieron los resultados prometidos. La llegada del nuevo Secretario seguramente reforzará el papel del Estado en la Economía.

Probablemente el inicio de la controversia entre la intervención, o no, del Estado en la economía se originó en tiempos de la Gran Depresión. La publicación de la Teoría General de la Ocupación el Interés y el Dinero, por un economista británico, John Maynard Keynes dio lugar a la presencia del Estado en la economía. Bajo esta óptica, el Estado tenía la obligación de hacer algo para remediar la dramática situación económica que aquejaba al mundo. En Estados Unidos, el presidente en turno Franklin Delano Roosevelt, abrazó al keynesianismo a través de lo que desde entonces se denomina Estado Benefactor.

Una visión alterna, en ese entonces venida a menos por la crisis económica, sostenía que el mercado se arreglaría a sí mismo. No era necesaria la intervención del Estado. Peor aún, la intervención podría hacer más grave la crisis. Una política económica que propone hacer nada, en realidad no es tal. No es lo que los políticos ni la población quieren escuchar. Probablemente por esa razón es que después de 1929 el pensamiento económico dominante fue el Keynesiano. Pero las cosas cambiaron. Desde aproximadamente 1970 los economistas pro libre mercado hicieron su propia revolución y desarrollaron teorías económicas áridas, abstractas, con uso de matemáticas elevadas, y totalmente alejadas de la realidad, pero dibujaban un mundo feliz sin la intervención del Estado y con solo la presencia del mercado.

La nueva política económica permeó al mundo, en lo que ha denominado “neoliberalismo”, que la derecha considera como un espectro creado por la izquierda para tener a quien culpar de los males del mundo, y la izquierda sostiene que el liberalismo extremo es causante de la creciente brecha de distribución del ingreso en el mundo, de la pobreza y del cambio climático entre otros males que aquejan a la humanidad.

Lo que es un hecho es que desde inicios de la década de los ochenta, México se insertó de lleno en la nueva ortodoxia económica: se vendieron empresas públicas, se abrió la economía, se dotó de autonomía a organismos, como Banco de México e INEGI y, paradójicamente, se crearon organismos “autónomos” para regular a los mercados que se iban creando. La paradoja estriba en que, por definición los mercados se regulan solos, ¿Para qué entonces el ente regulador? La política industrial dejó de ser tal. Varios funcionarios públicos de alto nivel declaraban que “la mejor política industrial es la ausencia de ésta”.

El nuevo Gobierno pretende revertir al menos parcialmente, parte de las medidas que se tomaron durante lo que algunos llaman el “periodo neoliberal”. La llegada de un Secretario de Hacienda con un perfil keynesiano y la posible llegado su antecesor a la gubernatura del Banco de México, podría sentar las bases para que en algunos años se tenga una configuración económica distinta en nuestro país.

Hay muchas resistencias: intelectuales, económicas, políticas y otras, para que el cambio se pueda dar. Para muchos el cambio no solo es innecesario sino un abierto retroceso. Pasarán varios años antes de que se puedan ver resultados y que se pueda evaluar si las resistencias fueron vencidas. Lo que es un hecho, es que la llamada “década perdida” la de 1980, se convirtió en “cuarentena”. Cuarenta años de política económica es tiempo suficiente para ver los resultados. En esos términos, el neoliberalismo nos quedó a deber.

Docente de la maestría en Economía, FES-Aragón-UNAM, UAEMex y UDLAP Jenkins Graduate School.

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