En el metro se hablan cuatro o más idiomas simultáneamente, castellano, inglés, chino, algún idioma árabe y tal vez algún dialecto europeo. Las diversas tiendas comerciales están atendidas por gente originaria de India, o algún país del Medio Oriente, en las cocinas de los restaurantes abunda la mano de obra latina, principalmente mexicana. En el barrio chino, el nombre lo dice, se puede encontrar cualquier cantidad de productos fabricados en el Dragón Rojo. Estoy hablando de la ciudad de Nueva York, que ha sido cosmopolita desde hace décadas.

En Londres, Inglaterra, caminando por una zona donde abundan lugares para comer, nos consultábamos entre amigos cuál sería el mejor lugar para degustar una buena hamburguesa acompañada de un vaso de cerveza. De pronto nos hablan en nuestro idioma y nos dicen: “llegaron al lugar indicado”. Entramos y no dejó de sorprendernos que el hoster o recepcionista hablara muy buen castellano, ante nuestro asombro nos dijo: “soy turco, por mi trabajo debo hablar con fluidez al menos tres idiomas y darme a entender en otros más. La cercanía con España me permite tener este nivel de la lengua de Cervantes”. Londres, otra ciudad definitivamente cosmopolita.

No son los únicos lugares del mundo con esas características. Personalmente no conozco París, Francia, pero se dice que es la ciudad más cosmopolita del mundo. Donde se dan lugar diferentes nacionalidades, culturas y estilos de vida.

Ningún lugar del mundo se hizo así sin migración. Legal o ilegal. En México ahora estamos viviendo cada vez con mayor intensidad ese fenómeno, sólo que en meses recientes los migrantes que se han llevado la nota, y en ocasiones titulares de primera plana, son los originarios de Haití. Pero no son los únicos. En el centro de la CDMX empiezan a surgir restaurantes y tiendas de diversos productos atendidos por peruanos y de otros lugares de América Latina. Esta de sobra decir que la migración de argentinos hacia México data de al menos veinte años. En pocas palabras, México se está haciendo cosmopolita.

Mientras viví en Nueva York observé que los indocumentados mexicanos no eran bien vistos por otros migrantes latinos. La razón era simple: nuestros paisanos estaban dispuestos a trabajar por menos del salario mínimo. Así, los mexicanos “jalábamos” el costo de la mano de obra hacia abajo, lo que provocaba el enojo de otros migrantes que también buscaban trabajo.

Hace décadas que la población de origen mexicano, o en términos más amplios, latinos, tiene un importante impacto electoral: cuando consiguen la nacionalidad pueden votar para elegir a sus gobernantes y representantes. Eso ha llevado a los políticos a tomar en seria a esta población. En Nueva York, por ejemplo, varias clases se impartían es Castellano. De hecho, abundan estaciones de radio en el mismo idioma y los propios carteles del Gobierno local están escritos tanto en inglés como en español. No dudo que México esté siguiendo los mismos pasos. La ventaja, en todo caso, es que el resto de la población conoceremos otro idioma como puede ser el francés.

La migración ha existido siempre. El segundo libro de la Biblia, Éxodo, relata un proceso migratorio. La historia de la humanidad está llena de ejemplos de migración. De hecho, los mexicanos, nos guste o no, tenemos un poco de sangre árabe, muy probablemente de África, por supuesto española e indígena. El mestizaje es parte de la mexicaneidad, probablemente por eso es que la mayoría de la población mexicana tiene sangre tipo universal, gran ventaja ante catástrofes naturales: podemos donar, o nos pueden donar, a la mayoría de la población.

Como en todo proceso migratorio, hay resistencias. En particular de muchos que dicen que los migrantes latinoamericanos y/o haitianos están robando el trabajo a los mexicanos. Es el mismo discurso que se escucha en los Estados Unidos, donde somos los mexicanos los que “robamos” fuentes de empleo a los estadunidenses.

Hay fuerzas mayores a las de cada uno de nosotros. La migratoria es una de ellas. Ya se empieza a notar en México. La CDMX muy pronto será tan cosmopolita como Nueva York, Londres o París. Mi perspectiva es que no sólo no debemos luchar contra este proceso, sino que debemos abrazarlo.

Docente de la maestría en Economía, FES-Aragón-UNAM y UDLAP Jenkins Graduate School.

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