La teoría económica enseñada en la mayoría de las universidades del México, y del mundo, sostiene que los mercados son la mejor forma de asignar recursos en la economía. Bajo esta óptica, la regulación económica no solo no mejora las asignaciones, sino que genera problemas peores a los que planea resolver. De hecho, basados en este credo, en diversos países se llevaron a cabo medidas de política económica que buscaban dar mayor libertad a los mercados y reducir la intervención pública en la Economía. Esto es lo que algunos llamaron la “ola neoliberal”. Se nos dijo que la desregulación por sí misma traería mayor crecimiento económico, incremento en el empleo y mejores sueldos y salarios. No ocurrió. En materia laboral en México se realizó una reforma en noviembre de 2012, transcurridos casi diez años los efectos no son los deseados, por el contrario, la distribución del ingreso y la riqueza se polarizó más. Fue hasta la llegada del actual Gobierno que las cosas comenzaron a cambiar, las negociaciones entre empresas y gobierno para reducir el esquema de contratación “out sourcing” no es más que una necesaria contrarreforma laboral.

No deja de sorprender que cantidad de estudiosos de la economía consideren que el modelo teórico de oferta y demanda es mucho más que una fábula: para ellos es la realidad. Cuando se pone en entredicho que dicho cuento de hadas no es más que eso: una caricatura de la realidad para intentar entender la realidad, pero no es por sí misma un elemento que refleje fielmente a la realidad, las descalificaciones entran en escena y se cuestiona la capacidad mental y de análisis de aquellos que cuestionan. Dudar del mercado es como dudar de la existencia de Dios. La posibilidad de que esta metáfora sea sólo eso y no la realidad es motivo de descalificación a quien osa poner en duda la veracidad de la oferta y la demanda.

La fe ciega en los mercados es la que llevó a diversos países a realizar políticas económicas que redujeron la contracción del tamaño del Estado, desregularon, abrieron la economía y fortalecieron la definición de derechos de propiedad, entre otras medidas, para con ello generar mayor crecimiento económico. La intención era noble y buena. Pero desde siempre hubo quienes cuestionaron que la reducción a subsidios en educación, en salud, alimentación, etc. podrían generar mayor bienestar la población. Contemporáneamente se sigue creyendo ciegamente en los mercados. Por más que la necia realidad haya mostrado en varias ocasiones que debemos tomar con reserva las prescripciones de política económica. Los eventos catastróficos que muestran las fallas globales de este tipo de política se muestran en las crisis financieras globales, en el cambio climático y en el abandono internacional al sector salud que quedó desenmascarado en esta pandemia.

La Reforma Laboral aprobada en 2012, cuya génesis se remonta al Gobierno de Felipe Calderón, pero los primeros resultados se observaron un sexenio despues, bajo el mandato de Peña Nieto, igualmente fue un cúmulo de buenas intenciones, que traería flexibilidad laboral, fomentaría el empleo formal, incrementaría los sueldos y salarios y reduciría el empleo. Nada de esto pasó. Por el contrario: la brecha desigualdad en el salario se hizo mayor.

La llegada del actual Gobierno provocó que se tomaran medidas en materia laboral totalmente distintas a las dictadas por el credo económico dominante, es decir, el neoclásico: se incrementó el salario mínimo a niveles que no se había observado en décadas. Esto se reflejó en un alza en el sueldo promedio de aquellos que cotizan ante el IMSS, por lo que, existe evidencia que muestra recuperación en el poder de compra de la clase trabajadora. Estos incrementos no han impactado en incremento de precios, no por lo menos en la misma proporción que el alza en los salarios, por lo que el efecto no ha sido inflacionario. Se realizó una reforma al sistema de pensiones basado en Afores, incompleta y que no resuelve en el largo plazo ese delicado problema, pero que se encuentra en el camino correcto. Ahora el tema es acabar con el outsourcing. Diversas voces se alzaron señalando efectos nocivos para la economía, pero después de diversas negociaciones entre Gobierno Federal y sector privado, se llegó a un acuerdo que reducirá y, eventualmente podría eliminar, este esquema. La negociación rindió frutos. Este es probablemente el camino que el actual Gobierno debería seguir en las otras reformas que ha impulsado, como la energética, que ha implicado ya un alud de amparos y los seguirá generando. La negociación puede ser mejor arma que la imposición. Este es un gran pendiente de la actual administración.



Docente de la maestría en Economía, FES-Aragón-UNAM, UAEMex y UDLAP Jenkins Graduate School.

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