Pareciera que el medio ambiente y la política son enemigos. Por múltiples fuentes es de sobra conocido que la barbarie ambiental que los humanos hemos provocado debe atenuarse o mitigarse, pero no estamos dando los pasos para que esto ocurra. La política fiscal seguida por el actual Gobierno es muestra de ello: al reducir los impuestos a la gasolina se está incentivando más el uso del auto particular, que genera excesivo tráfico vehicular, stress y contaminación por señalar algunos efectos nocivos. Pero políticamente es más rentable no cobrar impuestos que hacerlo. En el terreno de los vehículos el mundo está al revés: si queremos seguir viviendo en el planeta, más bien deberían aplicarse impuestos a actividades que contribuyen al calentamiento global.

En casi cualquier curso de Economía elemental, donde se aborda el tema de teoría de juegos, se suele hablar del caso de la tragedia de los comunes. El ejemplo es simple: en una tierra comunal los pastores tienen exceso de ganado, con lo que éste no se nutre lo suficiente y puede incluso morir de hambre; si la tierra tuviera un dueño, éste no permitiría que pastaran más animales de los que la tierra puede alimentar. En resumen, al no tener definidos los derechos de propiedad, o no tener propiedad privada sobre la tierra, se genera un desenlace negativo para la colectividad. Este ejemplo es justamente lo que ocurre con el cambio climático: vivimos una tragedia de los comunes a escala global.

Con los vehículos pasa lo mismo: cada persona puede querer circular en auto propio, pero cuando muchos lo hacen, se generan los problemas descritos en el primer párrafo de este artículo. Definitivamente tenemos exceso de autos en circulación. Los datos de INEGI muestran que de 1980 al 2020, el número de vehículos casi se multiplicó por 8, mientras que de 8% de la población que tenía auto, pasamos al 40%. Esto se puede ver en la gráfica adjunta. En cuarenta años la tasa de crecimiento del parque vehicular creció más de 5% anual. Por eso no es sorpresa la contaminación y tráfico de las grandes urbes del país.

Gran parte de la contaminación del aire obedece a los gases generados por los vehículos. Si realmente queremos conservar el planeta es necesario reducir el uso del auto. Como no hay evidencia de que la población lo quiera hacer por cuenta propia, se puede utilizar el poder fiscal para incrementar el costo de tener auto particular, esto implica cobrar más impuestos por la posesión de vehículos particulares y establecer impuestos al combustible. Esto es lo que no está ocurriendo y es lo que el 40% de la población, que tiene vehículo, desea. Pero el 60% restante, los que “andamos a pie” queremos respirar aire puro y que aquellos que contaminan paguen el costo de hacerlo. Esto se puede hacer con la política fiscal. Pero no se está haciendo y mucho menos se hará en vísperas del proceso de revocación de mandato.

Algunas ciudades de Europa ya han marcado el camino sobre lo que se tendría que hacer: fomentar el uso del transporte masivo, creando infraestructura adecuada que evite la saturación y los tiempos de espera entre trenes o autobuses e incrementando el número de ciclovías y generando una cultura de respeto al peatón y al ciclista. En México nos falta mucho, casi todo está hecho para dar prioridad a los autos antes que a los que caminamos o circulan en bicicleta.

Poseer auto se sigue considerando como una situación de éxito social cuando en algunos casos debería ser considerado como un acto irresponsable. Como sociedad tenemos que valorar qué deseamos más: grandes ciudades con el aire contaminado o corredores donde circulen bicicletas y se tenga transporte público decoroso. Lo que es un hecho, es que el no cobro de impuestos a la gasolina favorece al 40% de la población, pero no al medio ambiente.

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El conflicto entre Rusia y Ucrania ya está provocando un encarecimiento internacional de los hidrocarburos, esto probablemente provoque una disminución en su consumo. Nos traerá precios más altos en el mundo entero, pero ayudará a reducir la emisión de gases de efecto invernadero provocados por el flujo vehicular. Por lo tanto, no todo son sombras. Lamentable que la reducción en el consumo de hidrocarburos sea por esta causa y no por acciones voluntarias de los ciudadanos o los Gobiernos del mundo.



Docente de la maestría en Economía, FES-Aragón-UNAM y UDLAP Jenkins Graduate School.
 

Impuestos a la gasolina: el mundo al revés
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