El buscador de internet Google está siendo como motor de búsqueda en la red global. No es la primera vez que esto ocurre en la industria de la tecnología, uno de los casos más sonados se llevó a cabo en de Bill Gates, en 1998, donde por orden judicial la empresa de uno de los hombres más ricos del mundo debió fragmentarse. En ambos casos uno de los argumentos esgrimidos es que el programa o motor de búsqueda domina el mercado, ergo se trata de un monopolio. La definición e implicaciones sociales de este tipo de empresas debe reconsiderarse, tanto en el marco legal como en los libros de texto. En no pocas ocasiones ser grande es bueno para la sociedad.

En el juicio contra Microsoft, la parte acusadora preguntó al tribunal ¿Cuál es el sistema operativo que tienen en su equipo de cómputo? Más del noventa por ciento respondieron que era la marca de Bill Gates que, de hecho, venía precargado en los equipos de cómputo comprados. Ser el software dominante llevó al tribunal a fallar contra Microsoft. Un tema que, sin embargo, no fue determinante, es que precio pagado por dicho programa era muy bajo o de cero.

En el juicio actual ocurre algo semejante: usar el buscador Google es gratuito para los usuarios. El problema, en todo caso, es que pagamos por el uso de este programa a través de publicidad que en ocasiones resulta ser un verdadero fastidio, pero no hay desembolso de dinero en efectivo. Por otra parte, en el ciber espacio existen buscadores alternos que igualmente son gratuitos ¿Cuál es entonces el problema?

En el caso de Microsoft hubo un episodio interesante: a finales del milenio pasado surgió un navegador de internet, Netscape, que competía fuertemente contra el software de Microsoft. No sólo eso: tenía el potencial de convertirse en un sistema operativo que podría darle auténtica pelea a Windows. Los ingenieros del desarrollo de Netscape fueron convocados por Microsoft para invitarlos a trabajar con ellos y abandonar el proyecto de Netscape. Aunque se negaron, la práctica fue vista como una política predatoria contra la industria de los navegadores. Finalmente Netscape no creció y Windows se impuso. No está por demás señalar que el software objeto de disputa era de libre descarga, por lo que no implicaba un gasto inmediato para el consumidor.

Hace décadas en México se tuvo control de precios de productos de la canasta básica. Así, la leche tenía un precio establecido por la autoridad gubernamental y quien subiera el precio se exponía a la clausura de su negocio. Por ello es que había “ventas atadas”: se vendía leche sí y sólo sí se compraba pan o algún otro producto en el local. Lo mismo pasa con los productos objeto de este artículo: el software puede ser gratuito, pero vienen otros productos “atados” a dicho producto.

En México existen empresas grandes, públicas y privadas. En el pasado reciente, en al menos los últimos treinta años, la regulación ha pretendido reducir el tamaño de las empresas bajo la premisa de que una industria atomizada, con miles, tal vez millones de productores es mejor que tener sólo a unos cuántos. Parte del argumento es que así el consumidor tiene la posibilidad de comprar con el que le ofrezca un mejor precio y servicio. Lástima que esto sólo opere en los libros de texto y que la necia realidad se comporte de un modo distinto.

Hay industrias que requieren inversiones millonarias. No es lo mismo abrir una tienda de la esquina que abrir un banco. Los requisitos regulatorios y de capital son abismalmente distintos en un mercado y en otro. En gran medida por esa razón es que el ideal teórico de la competencia perfecta simplemente no es real. Por otra parte, la descripción de lo que es un monopolio, según los libros de texto, habla de industrias donde el consumidor no sólo no tiene opciones para elegir, sino que, además, el precio pagado es mucho mayor que el que se pagaría en el contexto de la competencia.

Mercados como el de la banca comercial o las afores muestran que la competencia no ha logrado reducir sus cobros a niveles internacionales. Compare usted mismo lo que cobra una tarjeta de crédito en España contra lo que cobra en México, del mismo banco por supuesto. Sorpréndase de la escandalosa diferencia. Algunas industrias son reguladas y, aun siendo unas cuantas, no pueden comportarse como el monopolio depredador del libro de texto.

El concepto de competencia, de monopolio y otras estructuras de mercado, debe reconsiderarse tanto en el marco normativo como en los libros de texto. Definitivamente debe buscarse el bienestar de las mayorías y controlar el poder de los grandes participantes. Pero la naturaleza de la industria podría ser tal que implique pocos competidores. Tanto en México, como en el mundo esto es cada vez más evidente.

Docente de la maestría en Economía, FES-Aragón-UNAM

Únete a nuestro canal ¡EL UNIVERSAL ya está en Whatsapp!, desde tu dispositivo móvil entérate de las noticias más relevantes del día, artículos de opinión, entretenimiento, tendencias y más.