El aniversario del inicio de la Revolución Mexicana es una oportunidad para aprender del pasado, entender nuestro presente y crear escenarios sobre el futuro. Existe diversidad de libros y lecturas sobre este movimiento, algunos autores suponen que más que revolución fue una guerra civil, cediendo el lugar de la primera revolución del siglo XX a la surgida en octubre de 1917 en Rusia que implicó un auténtico cambio de sistema político y económico.

El colapso del bloque soviético casi setenta años después demostró que dicho sistema no sólo es indeseable, sino que tarde o temprano se colapsa. En cambio, en México, los gobiernos emanados del movimiento armado de 1910 permitieron tener una transición del poder político con apenas algunos brotes esporádicos de violencia. Sin embargo, las condiciones sociales no cambiaron dramáticamente, lo que posteriormente provocó movimientos sociales, como el de 1968, y sentó las bases para la llegada del actual Gobierno.

Es incuestionable que durante el Gobierno del General Porfirio Díaz creció la infraestructura de México. Varias vías ferroviarias tienen su origen durante dicho mandato, la banca y la industria florecieron antes de la Revolución. Pero el crecimiento económico no vino acompañado de mejores condiciones de vida para mineros, obreros y campesinos. La desigualdad que históricamente ha marcado a nuestro país no disminuyó con el auge económico. La ropa que usaban los agricultores no tiene bolsillos por una razón: su pobreza era tal que no tenían nada que pudieran guardar. Esta es una lamentable realidad que todavía se vive en diversas poblaciones.

El crecimiento económico irremediablemente trae consigo el deseo de tener poder en lo económico, y en lo político. El grupo en el poder, encabezado por el ya para entonces dictador, no mostraba ningún interés en compartir la toma de decisiones del país. Visto en retrospectiva, la Revolución era inevitable. Durante poco más de diez años la población se redujo, la producción agrícola e industrial se contrajo y se dieron diversos episodios de inflaciones regionales, en lugares donde llegaban grupos armados revolucionarios que emitían su propio papel moneda y lo lanzaban a la circulación a diestra y siniestra.

A principios de los años veinte no era claro que la Revolución hubiera terminado. La época de los Cristeros llegó como una suerte de contra revolución que pretendía evitar la entrega de tierras, sobre todo de la iglesia, a los campesinos. Los conflictos armados se mantuvieron durante algún tiempo hasta la creación del Partido Nacional Revolucionario (PNR), el abuelo del PRI, que permitió la transición poder político de unas manos a otras sin derramamiento de sangre y con reglas del juego tanto implícitas como explícitas. Desde entonces “el dedo del señor” ha determinado quien será el próximo candidato presidencial y, para muchos, es un “derecho histórico” del presidente en turno. Esto se ha llevado a prácticamente todos los niveles de Gobierno y puestos de elección popular.

El fin de la Revolución y la transformación del PNR en Partido de la Revolución Mexicana y, posteriormente en el PRI, trajeron consigo algunos episodios de crecimiento económico sólido y sostenido, como el periodo de tiempo conocido como el “milagro mexicano” que, dicho sea de paso, ocurrió sin Banco Central autónomo, con proteccionismo y sin tratados comerciales. Pero nuevamente estos episodios no se reflejaron en un mejor nivel de vida para la mayoría de la población. Es verdad que el nivel de vida ha mejorado, la esperanza de vida es mayor y el nivel educativo ha crecido, pero estos logros difícilmente se los pueden atribuir los “Gobiernos Revolucionarios” y los que le siguieron: son logros del mundo que simplemente han alcanzado a nuestro país.

Probablemente el abandono de gran parte de la población, el deterioro en el nivel de vida, medido a través del poder de compra, de obreros y campesinos, así como el escandaloso enriquecimiento de unos cuantos pavimentó el camino para la llegada del actual Gobierno, que al parecer es uno de los pocos que ha puesto atención en las mayorías empobrecidas y sin ningún tipo de seguridad social. Que las políticas seguidas por la presente administración se reflejen en mejor nivel de vida para la mayoría todavía está por verse. El riesgo, es volver a perder el rumbo y seguir sin encontrar la senda del crecimiento y desarrollo.

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Desde hace décadas se ha buscado que toda la población pague impuestos. Parte de la crítica a Gobiernos anteriores es que una parte de la población no pague los impuestos que le corresponde, pero disfrute de los bienes y servicios financiados por los que sí pagamos.

Al respecto vamos por buen camino. Pero esto sólo es la mitad de la historia: así como el Gobierno en turno puede fiscalizar absolutamente la totalidad de nuestros ingresos y gastos, como ciudadanos deberíamos tener la misma posibilidad. La transparencia en el uso de recursos públicos es también una demanda añeja y que sigue pendiente.

1 Docente de la maestría en Economía, FES-Aragón-UNAM y UDLAP Jenkins Graduate School.

 

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