El día de mañana se anunciará a la persona o equipo que será galardonado con el premio Nobel de Economía para este 2023. Han sido contadas las ocasiones en que este reconocimiento se ha otorgado a estudiosos de la Economía que no pertenecen a la escuela económica neoclásica o que son críticos de ésta. El círculo es muy cerrado y se premia a quienes defienden esta forma de hacer Economía. No habrá sorpresas, de hecho, es altamente probable que el premio lo obtenga el economista que escribió El Capital en el siglo XXI, aludiendo a la opus magnum de Carlos Marx pero desde una perspectiva no marxista. No es novedad porque este premio está hecho para premiar esta forma de pensar, que en cuantiosas ocasiones se ostenta como el pensamiento único o universal en materia económica.
Es difícil hablar en tan poco espacio sobre los diversos personajes que han acogido este premio. Uno de ellos, Gerard Debrew, recibió el premio Nobel de Economía en 1983 por sus contribuciones a un enfoque teórico llamado equilibrio general. Esta teoría se aplica tanto a consumidores como a productores y, en una etapa posterior, a ambos y sirve de base para desarrollar la Teoría del Comercio Internacional contemporánea, sosteniendo que la apertura económica, de cualquier país en cualquier momento o circunstancia, es algo positivo, deseable y benéfico. Uno de los principales problemas de este enfoque teórico es que todo se desarrolla en el vacío: no importa el contexto político, social, histórico ni ningún otro. Una consecuencia de esta teoría es que la competencia económica nos permite alcanzar el “nirvana económico” y ha motivado gran parte de la política económica que se ha utilizado en el mundo en por lo menos los últimos treinta años.
Más recientemente, otro economista francés, Jean Tirole, recibió el mismo premio en 2014 por sus desarrollos teóricos sobre organización industrial. De hecho, su libro sigue siendo materia de estudio en la mayoría de las escuelas y facultades de Economía del mundo. Su obra principal está llena de fórmulas matemáticas, ecuaciones e integrales que intimidan al lector promedio y lo hacen apto sólo para especialistas, y estudiosos de las ramas cuantitativas, sin embargo, tiene un pequeño defecto: no presenta casos reales. Su obra no viene acompañada de ejemplos de la vida real, de empresas que hayan existido o todavía estén produciendo, y que permita vincular a la teoría con la realidad. En pocas palabras, se trata de una serie de elucubraciones mentales que podrían funcionar en el mundo de las ideas de Platón, pero no en vida material de carne y hueso. A pesar de esto, se le otorgó el premio Nobel de Economía.
Las cosas no siempre han sido así. Se ha galardonado a personajes que han ampliado el campo del conocimiento un poco más allá del enfoque neoclásico. Por ejemplo, la Escuela Institucionalista, que vincula al Derecho y a la Historia con la Economía Neoclásica, ha tenido entre sus filas a personajes que han merecido este reconocimiento, tal es el caso de Douglass North que en 1993 fue premiado. La virtud de esta Escuela es que considera a la Historia como digna de atención y como un campo del conocimiento del que los economistas tenemos mucho que aprender y no es una mera distracción como ocurre con el pensamiento económico hegemónico.
Otro economista con un enfoque alterno es Richar Thaler, que en 2017 recibió este premio por sus desarrollos en Economía del Comportamiento, su trabajo hace una interesante fusión entre Economía y Psicología centrándose en el estudio del principal elemento de cualquier economía: el consumidor final. Es probable que este campo pueda rescatar a la Economía contemporánea y sus enfoques no sólo sean más realistas, sino que permitan que los economistas realmente podamos decir algo respecto a la forma en que se comportan los consumidores en el mundo real, que es el gran fracaso de la la Economía Neoclásica, provocando que administradores y mercadólogos tengan una mejor compresión del consumidor de carne y hueso, que a la postre les permite tener mejores oportunidades de trabajo.
A pesar de los casos mencionados, lo cierto es que la Economía Neoclásica sigue siendo dueña de este premio y seguramente pasarán muchos años antes de que se otorgue una distinción de este calibre a economistas que se han atrevido a pensar de un modo distinto y a considerar que la Historia importa y que las crisis económicas son reales y que deben reflejarse y existir también en los libros de texto, pues por increíble que parezca, las crisis económicas no existen en la literatura económica dominante o bien se trata de fenómenos aleatorios o meros accidentes. Esta forma de pensar es la que generalmente se premia en estos certámenes.
Docente de la maestría en Economía, FES-Aragón-UNAM y UDLAP Jenkins Graduate School.