Del 7 al 16 de octubre tendrá lugar la XXII Feria Internacional del libro de la Ciudad de México, Llama la atención la cantidad de editoriales que se han dado cita en la plancha del Zócalo capitalino, y la cantidad de asistentes, desde aquellos que auténticamente buscan llevarse algún libro para consumo propio o para regalo, hasta algunos que sólo buscan mendigar o estafar a quienes concurren a dicho espacio. En varios casos se ha convertido en un Outlet de venta de libros, donde los saldos se venden a precios ridículos, pero los más populares o con mayor demanda no presentan precios tan competitivos, en ocasiones solo se encuentran en las distribuidoras de las propias casas editoriales o las principales librerías.

A la memoria de mi padre, Don Jesús Ibarra Jaramillo 
 

El evento viene al caso porque los mercados editoriales son poco estudiados. Son pocos los autores que conozco que pretendan enriquecerse de su obra escrita, sea técnica o de literatura para un público más amplio. Sin embargo, la mayoría de las casas editoriales hacen propuestas de tirajes de mil ejemplares. Cuando se trata de universidades que tienen su propia infraestructura para publicar libros, los tirajes llegan ser sólo de 300 libros.

Aquí está el primer problema: los libros técnicos, son practicamente de nicho, es decir, llegan a un público tan reducido, a veces totalmente especializado, que con 100 libros se alcanzaría para cubrir la demanda. Pero los incentivos de las editoriales están puestos en el volumen grande. No sólo eso, por lo menos durante algunos años el Conacyt se fija en el tiraje para determinar si algún científico que publicaba su obra merecía puntos, o “corcholatas” por los libros publicados. Así es que, en ocasiones se publican mil libros, de los cuales en el mejor de los casos se venden 100 y el resto termina en cajas en bodegas, que después de algún tiempo se va al remate, como la FIL a la que nos referimos al principio, o en el peor escenario va a la guillotina y reciclaje.

No ocurre en todos los casos. La mayoría de los libros que se venden una y otra vez son los de texto. Cada año o semestre se tiene un mercado cautivo. También suelen ser los más caros. El ensamblado del libro puede ser difícil e implicar muchas horas-hombre, como en el caso de los de matemáticas, física o química, pero una vez teniendo el producto, económicamente no hay razón para cobrarlos los precios que los venden. Como decimos los economistas: una vez cubierto el costo fijo (la edición del libro hasta el proceso digital, generalmente en pdf), el costo marginal (la producción de cada libro individual) es mucho menor. Probablemente eso es un buen ejemplo de que el costo marginal no determina el precio del mercado, como lo dicen los libros de texto.

Si usted desea publicar un libro y ha llegado hasta el momento de tener sus mil ejemplares en cajas, en su oficina, el siguiente problema es distribuirlo. Una práctica muy común, en algunas industrias, que no se estudian en los libros de texto, que el distribuidor llega con un producto con el precio ya marcado al consumidor final. La distribuidora le hará un trato: “véndeme el libro con un descuento, esa será mi ganancia monetaria”. Esto pasa en la industria editorial y por poner otro ejemplo, la venta de cristales para auto, no dudo que ocurra en otros mercados. Para que la distribuidora acepte poner en el aparador su libro, deberá hacer un descuento, sobre el precio al consumidor final, tan alto como sea posible. Cuanto mayor la ganancia para la distribuidora, mayor el incentivo para poner su libro en el aparador.

Aquí no acaba la historia. Si su libro no se vende como “pan caliente”, rápidamente le pedirán que vaya a recogerlos y le pagarán sólo lo que haya vendido. El traslado de los libros corre a costo de usted. En ocasiones los llamados centros de distribución son los que se encargan de guillotinar o reciclar los libros no vendidos porque ocupan espacio en la bodega.

Pero la industria editorial, como la acabo de describir, está en jaque. Si logran encontrar nuevos mecanismos, como al parecer está ocurriendo, para vender versiones digitales o a precios más competitivos podrían sobrevivir. El problema de las versiones digitales es que se debe asumir que una vez que alguien la tenga, en automático circule libremente por redes sociales o internet. Como editor, las más de las veces es lo que le digo a los autores: “es mejor que circule tu libro en internet con tu consentimiento que sin él”. De cualquier modo, va a ocurrir. La venta digital puede no ser una panacea porque la “clonación” del libro es instantánea con tan sólo enviar un mensaje vía redes sociales o colocarlo en algún portal de internet.

El sitio web más conocido en el mundo sci-hub, es un ejemplo de lo anterior. En dicho portal también se está poniendo en jaque a la industria editorial de las revistas científicas, que cobran por publicar, cobran por descargar los artículos y, a los revisores, les dan una corcholatota para programa de estímulos local: una constancia que diga que son revisores. La internet está modificando todo. La industria debe adaptarse o desaparecer, lo más probable es que algunas lo hagan y surjan otras con modelos de negocios adaptados a la nueva realidad del mundo.

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