El número de empleos perdidos en el sector formal de la economía, registrado en el IMSS es apenas una muestra del impacto económico de la pandemia. Desde marzo se perdieron varios miles de empleos, al sumar los perdidos en abril, la pérdida es superior a 630 mil. Por otra parte, el transporte aéreo se encuentra operando en niveles cercanos al 20 por ciento mientras que el sector turístico, en el mejor de los casos, opera al 10% de su capacidad. Las quiebras económicas se empiezan a dar por doquier, desde restaurantes hasta aerolíneas empiezan a cerrar sus puertas, quizá de forma definitiva. Cuando el confinamiento termine, las empresas que abrirán sus puertas serán menores que las que las cerraron. Esto por sí mismo representa un golpe económico para el mundo, pero en el caso de México, hay riesgos adicionales, la concentración de mercados es el menor de ellos, el fortalecimiento del crimen organizado es el mayor.

Muchas familias han quedado en la ruina al invertir sus bienes en el mejoramiento de la calidad de vida o bien en el tratamiento de enfermos terminales. Lamentablemente, en muchas ocasiones los enfermos como sea han fallecido, pero la pérdida del patrimonio y/o las deudas de los que se quedan permanecen y en ocasiones marcan su destino por el resto de sus vidas o por lo menos durante algunos años. Llevado a escala mundial esto es precisamente lo que está ocurriendo con el confinamiento: el costo económico que estamos pagando permanecerá en el mundo durante años, tal vez décadas. Tan sólo en México las implicaciones en términos del número de pobres significan que la misma cantidad de personas que dejaron de pertenecer a ésta clasificación en los ultimos años, volverán a estar en esta condición .Es decir, retrocedimos una década en este terreno.

Probablemente el único beneficio evidente que estamos obteniendo de este episodio de la humanidad es el respiro en materia ambiental que le estamos dando al planeta. Sin embargo, es apenas eso: un respiro, que difícilmente podrá revertir la barbarie ecológica que hemos provocado.

Debemos mirar hacia adelante. Desde la perspectiva puramente económica, es necesario acabar con el confinamiento. Miles de empleos se han perdido a lo largo de casi dos meses y a cada día que pasa se siguen perdiendo más. La pobreza, el stress generado en las familias que viven al día, las enfermedades mentales desencadenadas y la violencia intra familiar provocada por el encierro son elementos que abonan la idea de acabar con este episodio. El retorno a la normalidad debe darse con medidas sanitarias extremas, existirá una nueva normalidad, que probablemente nos acompañará durante años y que implicará mayor distancia entre las personas.

Es probable que la pandemia sólo termine naturalmente cuando se contagie un alto porcentaje de la población, tal vez entre 60 y 80 por ciento, o bien exista una vacuna que también tardaría meses en llegar a la mayor parte de la población. Una vez que esto pase podríamos volver a la normalidad de antaño, pero podrían pasar muchos meses o años antes de que esto ocurra. En el camino, de prolongar el confinamiento, veremos desaparecer a muchas empresas y veremos que otras surgirán. Cuando la normalidad nos vaya alcanzado, aquellos con recursos suficientes, los grandes empresarios o el crimen organizado, podrán comprar las empresas quebradas o abrir nuevas. En el primer caso implica tener un mercado más concentrado, es decir, menos competencia. En el segundo, significa que las organizaciones criminales podrán comprar restaurantes donde facturarán mucho más de lo que realmente venden, pagarán los impuestos respectivos y el excedente, será dinero limpio. En resumen, el confinamiento, en el mejor de los casos, traerá concentración del mercado, y en el peor, fortalecimiento del crimen organizado. Por esto urge reactivar la economía.

El dilema social en el que nos encontramos no es nada sencillo. Podemos prolongar el confinamiento con mayores costos económicos a los que ya estamos pagando con una probabilidad incierta de salvar un mayor número de vidas humanas, o bien acabar con el encierro y trata de volver a la normalidad, asumiendo que, irremediablemente habrá muchos que se quedarán en el camino. Pero el dilema colectivo no es distinto del que enfrentan familias con enfermos terminales: que se empobrecen y de cualquier modo pierden al ser querido…

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