El sexenio de 1988 a 1994 estuvo marcado por una serie de reformas económicas y políticas que hicieron creer al mundo entero que México se encontraba en la senda del crecimiento económico sólido y sostenido, y que podríamos equipararnos a los tigres asiáticos, sólo que aquí seríamos jaguares. Se profundizó la privatización de empresas públicas, se creó la CONSAR, que posteriormente daría lugar a la reforma al sistema de pensiones tanto en el IMSS como en el ISSSTE, se le dio autonomía al Banco de México y se firmó el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) entre otras medidas. El Ingreso de México a la OCDE, el club de países ricos, parecía indicar que por fin creceríamos y en poco tiempo estaríamos a la altura de los principales países desarrollados. Sin embargo, en menos de un año, las expectativas se derrumbaron once meses después, el país se le deshizo al entonces presidente. Aunque el contexto es diferente ahora, vale la pena tenerlo presente, porque no hay ninguna garantía de que la recuperación no se convierta en crisis.

La crisis de la deuda de la década de los ochenta trajo un escenario económico de decrecimiento e inflación. Durante esa década se pulverizó el valor del peso mexicano. Las nuevas generaciones muy probablemente ignoran que antes del peso de hoy en día hubo un “nuevo peso” que equivalía mil de los antiguos. Hubo un tiempo en el que todos éramos millonarios, como ocurre contemporáneamente en Colombia, donde no es difícil tener millones, lástima que todo esté igual de inflado. Por esa razón se le conoce como la década perdida. Las cosas cambiaron en 1988, cuando quien era el presidente más joven de la Historia y que para muchos llegó al poder de modo políticamente cuestionable, llevó a cabo una serie de reformas económicas que convirtieron a México en el alumno estrella de instituciones como el Banco Mundial y el FMI.

Las reformas económicas que redujeron el tamaño e intervención del gobierno en la economía, conocidas como políticas promotoras del libre mercado, para otros como neoliberalismo, también fomentaron la participación del sector privado en áreas antes exclusivas del sector público, como el caso de las pensiones. Varios sectores del país aplaudieron las medidas, aunque no todos, y preveían que por fin creceríamos. Durante los años de 1988 a 1993 así parecía. Pero en 1994 todo se vino abajo.

El primero de enero de dicho año irrumpió el llamado Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en el estado de Chiapas, demostrando que los presuntos beneficios del libre mercado no habían llegado a toda la población del país. Posteriormente ocurrieron dos asesinatos que alteraron el ambiente político: la del Secretario General del PRI y la del candidato presidencial de dicho partido. Y aunque la entrada en vigor del TLCAN era un asunto económico, no se libró de los daños colaterales del alterado ambiente político.

El nuevo gobierno tomó posesión el 1 de diciembre y 28 días después vino una devaluación que provocó que en 1995 se tuviera lo que para algunos economistas fue la primera crisis económico-financiera del siglo XXI en el mundo. En este contexto se generó la deuda pública del tristemente célebre Fobaproa, que provocó el crecimiento escandaloso de la deuda pública.

En este momento nos encontramos en la antesala de las elecciones de 2024. El contexto es la imagen especular de lo que ocurrió en 1994: se ha pretendido revertir lo que se hizo en materia económica. En términos de rectoría económica del Estado, se ha avanzado muy poco. Como hemos señalado en este espacio, hay muchos pendientes, aunque en definitiva ha habido recuperación salarial, reducción en la pobreza y mayor equidad en la distribución del ingreso. El peso, por otra parte, se mantiene firme frente al dólar. En tal contexto, es poco probable que la candidata de la ahora oposición tenga oportunidad real de ganar la presidencia el próximo año.

La recuperación económica, la estabilidad cambiaria y la reducción en la tasa de inflación son factores que alimentarán las preferencias electorales. Esto abonará a los votos a favor del partido en el poder. Pero ya en 1994 tuvimos un contexto favorable al gobierno en turno, y las cosas cambiaron en unos meses. Por lo tanto, a pesar de que en este momento en definitiva ganaría el o la candidata de Morena, no hay ninguna garantía de que las cosas no puedan cambiar. Por lo tanto, vale más que el gobierno actual no lance las campanas al viento.

Docente de la maestría en Economía, FES-Aragón-UNAM y UDLAP Jenkins Graduate School.

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