Es indiscutible que Estados Unidos sigue siendo el país más poderoso del orbe. El tamaño de su economía y sus fuerzas armadas militares siguen siendo, sin lugar a dudas, los más grandes y poderosos del mundo. Con excepción del aspecto ambiental, gran parte de las políticas económicas y de desarrollo emergen de este país para replicarse en otros. No sólo eso, también se consideran paladines de los derechos humanos, de la legalidad, de la democracia y la libertad. Pero esta semana su democracia se puso a prueba, tanto instituciones como políticos tomaron partido ante un evento que para muchos era improbable: una revuelta en el capitolio y un intento de golpe de Estado desde la propia presidencia.

Históricamente el poder político ha estado acompañado de violencia. Desde que se fundó Roma, dando lugar a la civilización, los emperadores caían al por mayor. Cleopatra como Reina de Egipto, mando asesinar a todos sus hermanos menores para evitar disputas por el poder y para evitar que le dieran a ella la misma medicina. La civilización y la democracia implican que el poder político pase de unas manos a otras sin violencia. Al respecto, durante décadas las principales potencias del mundo, encabezados en gran medida por el país de las barras y las estrellas, han fomentado el establecimiento de la democracia en el mundo entero y la han impulsado a través de tratados, acuerdos, cartas de intención, etc. Los principales organismos internacionales como son el Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, OCDE y la propia Organización Mundial de Comercio fomentan la democracia entre los países miembros.

El sistema político de Estados Unidos permite renovación del ejecutivo cada cuatro años con la posibilidad de reelegirse una vez. En el extremo, podría haber cuatro años de mal Gobierno y esto es lo que pudo ocurrir en el reciente proceso electoral. El todavía presidente, mostró parte de su verdadero rostro y dejó ver que es un pésimo perdedor. No sólo cuestionó el proceso electoral, sino también puso en duda el desempeño de las instituciones políticas, administrativas y judiciales que participan en las elecciones. En pocas palabras, Trump “pateó el pesebre”, y se le vino encima, pero sólo a él.

Parte del gabinete del presidente Trump, por decoro, puso su renuncia sobre la mesa. Esto implica no ser cómplice de un gobernante psicópata o demente. Significa tener dignidad propia y respeto a la institución antes que al rostro dirigente. La posible revocación de mandato a dos semanas de dejar la presidencia no es un tema menor. Se envía el mensaje en el sentido de que no tolerar comportamientos que degraden la investidura presidencial. A pesar del lamentable episodio hay lecciones para el resto del mundo, incluido por supuesto, nuestro propio país.

Diputados y Senadores, en teoría o en el papel, representan a los ciudadanos. La pregunta es si la población “de a pie” se siente representada por ellos. Ahora que es posible, gran parte del congreso buscará la reelección, como si hubieran realizado una labor que debiera ser premiada con la renovación del cargo. En México no se puede afirmar que los congresistas representen a la población. Hay mucho trabajo por hacer al respecto, no sólo de parte de los políticos profesionales, sino también de los ciudadanos.

En nuestro país la figura del presidente sigue siendo como un rey todopoderoso. Gobernadores y Secretarios de Estado se convierten en una suerte de virreyes y así sucesivamente hasta llegar a los niveles más bajos del organigrama público. Nuestras instituciones no son de ningún modo comparables a las del vecino del Norte, el comportamiento de nuestros políticos tampoco es equiparable. Hay mucho trabajo por hacer al respecto y esto es labor tanto de los profesionales de la política como de los “ciudadanos de a pie”.

Docente de la maestría en Economía, FES-Aragón, UNAM. 

Google News

TEMAS RELACIONADOS