La apertura económica se ha considerado como parte crucial para el desarrollo económico de cualquier país. Es parte del credo económico neoliberal. Incluso se pueden perdonar altos impuestos e incluso cierta intervención estatal, pero no que la economía se cierre o que se impongan barreras arancelarias. En una economía abierta y con un alto consumo de bienes importados el establecimiento de aranceles a los productos importados se reflejará en mayores precios para el consumidor final. No es toda la historia: el sector público tendrá captación tributaria y las empresas privadas nacionales podrían vender más. Lo que llama poderosamente la atención es que un Gobierno de derecha, como es el caso de Donald Trump, quien lo está promoviendo cuando las barreras arancelarias han sido una herramienta económica de la izquierda.
Desde que la Economía se comenzó a estudiar con seriedad, en el feudalismo tardío e inicios de la era capitalista, se consideró a la apertura económica como una medida que podría generar crecimiento económico. La frase laissez faire, laissez passer (dejar hacer, dejar pasar) eran la clave para que una economía se desarrollara. Por lo menos así lo decían los teóricos de la Economía como Adam Smith y David Ricardo. Los políticos en turno no pensaban igual. De hecho, contra lo que nos han contado en diversos foros, los países hoy considerados como desarrollados lo hicieron haciendo lo opuesto a lo que dicta el neoliberalismo: con proteccionismo, con piratería, con fraudes electorales, y otras medidas de política económica hoy en desuso por las economías en desarrollo.
Como ejemplo de lo anterior basta mencionar el caso de Toyota, que sobrevivió gracias al cobijo estatal durante cerca de setenta años. Existen otros casos, como del Nokia. Pero sin ir muy lejos, Inglaterra, la cuna de capitalismo sigue sin aplicar las políticas económicas recomendadas por el Escoses Adam Smith en el sentido de no subsidiar ni proteger a la agricultura.
La forma en la que desde hace cerca de cuarenta años se ha dictado a las hoy llamadas economías emergentes es hacer lo que dice el libro de texto, no lo que ellos hicieron para desarrollarse, como prohibir que los ingenieros ingleses salieran de su país para evitar que llevaran tecnología a otros lados o prohibir el ingreso de ingenieros extranjeros al Reino Unido. La recomendación a las economías emergentes es “desarróllense como les decimos, no como nosotros lo hicimos”. Es equivalente a cuando los adultos prohibimos a los hijos realizar actividades que en nuestra juventud hicimos, como no fumar o beber.
Pero no nos confundamos. La apertura económica es benéfica, sobre todo para los consumidores, y para las economías en general, aunque no por lo que dicen los libros de texto, sino por la diversidad y competencia que fomentan. La apertura económica provoca que empresas y profesionistas nos debamos medir en el mercado internacional. Esto de ningún modo puede ser algo negativo.
La amenaza del próximo presidente de Estados Unidos ha traído la idea de una “guerra de aranceles” que beneficiaría a algunos, pero tendrá impacto en la totalidad de consumidores. No es deseable ni pertinente que ello ocurra, sin embargo, dado que en el mundo varios países se han desarrollado utilizando al proteccionismo como herramienta de política económica, tampoco debemos pegar el grito en el cielo ante esta medida.
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Un caso extremo de “importación” de mercancías es el de los chinos. Es nota de prensa nacional el decomisa de bodegas de productos de origen chino considerados como piratería. El efecto de estos decomisos lo pagarán los consumidores finales que, aun siendo productos apócrifos, dejarán de consumir dichos bienes. ¿Quién gana? Las empresas propietarias de los derechos de productos protegidos por derechos de autor o por propiedad industrial. En este caso, a quien se protege es a las empresas, no a los consumidores. Para pensarse.
Docente de la maestría en Economía, FES-Aragón-UNAM