Acapulco está viviendo una tragedia. No es la primera vez que ocurre: en 1997 el huracán Paulina también tuvo efectos devastadores y el entonces presidente, Ernesto Zedillo se dio a la tarea de acudir para apoyar in situ y buscar fondos para reconstruir la ciudad. La diferencia con el presente es que el meteoro que azotó al puerto es probablemente el de mayor intensidad que ha tenido la región. Los fenómenos ambientales han estado presentes desde que el mundo existe, pero el cambio climático resultado del calentamiento global los ha hecho más extremos. La pregunta sigue presente: ¿hasta cuándo haremos algo al respecto?

En no pocas ocasiones he visto noticias de científicos o difusores de ciencia que se preguntan porqué el tema del cambio climático no aparece como noticia de primera plana todos los días. También llama la atención que cuando un para forzar a las autoridades a actuar contra el cambio climático, varios fueron arrestados. Pareciera que a nadie le importa el tema: ni a políticos, Gobierno, Sociedad o empresas. Es hasta que se presentan eventos como el de Acapulco, que eventualmente el tema parece cobrar relevancia.

Hace décadas la discusión ambiental ha estado presente en el mundo. De hecho, en el World Economic Forum, la mayoría de las empresas consideran a los riesgos ambientales como los más relevantes en el mundo de los negocios. Lo paradójico es que, en otro foro internacional, el de la Conferencia de las Partes o COP, se diga lo mismo, pero año tras año quede claro que no se está haciendo lo suficiente; lo peor: a veces presumen realizar acciones, como reducir la emisión de gases de efecto invernadero, y en realidad no lo hacen.

Desde la perspectiva de la economía de mercado, la contaminación es causada por la presencia de mercados incompletos o inexistencia de algunos de estos. El caso de la contaminación es el más paradigmático: ésta existe porque no se ha internalizado el costo de procesar la basura. Así, si a consumidores y empresas se les cobrara por la recolección y reciclaje de sus residuos, éstos disminuirían. Otro ejemplo es el mercado de bonos de carbono: el que contamina el aire debe pagarle a alguien que lo limpie, los llamados sumideros, que podrían ser comunidades que cuidan los bosques o empresas que dejan de contaminar y “liberan” al mundo de contaminación permitiendo que alguien más lo haga, a cambio, por supuesto de una suma de dinero. Esto es, el mercado de bonos de carbono en teoría ayudaría a abatir la contaminación del aire. Pero no ha funcionado. El mercado es un dios que falló.

Establecer medidas regulatorias es algo que a poca gente le gusta, sobre todo cuando es la parte que tiene que pagar por ello o despojarse de algún beneficio. Como consumidores es cómodo ir al supermercado y que nos empaquen los productos en bolsas de plástico. Para los productores es más fácil contaminar sin pagar que utilizar tecnología limpia. Para el Gobierno es más fácil cerrar los ojos o volver la vista a otro lado con tal de tener a los electores contentos. Lo perverso de esto es que el ambiente se sigue degradando y los efectos se manifiestan de modos cada vez más dramáticos, como lo estamos viendo ahora en Acapulco.

Desde mi percepción, no estamos haciendo lo suficiente para revertir el daño que le hemos causado a la naturaleza y ésta, en su proceso de autocuración, seguirá provocando este tipo de catástrofes: en ocasiones huracanes, en otras sequías y calor extremo entre otros meteoros. Como humanidad hemos demostrado que tenemos el potencial para corregir lo que hemos hecho mal. Pero se requiere sumar voluntades nacionales e internacionales, de los tres sectores que conforman a la sociedad: empresas, Gobierno y ciudadanos, para lograr prevenir las catástrofes ambientales que vienen. La pregunta es si todavía estamos a tiempo.

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El Poder Judicial enfrenta un dilema al ampararse por la desaparición de los 13 fideicomisos por ser juez y parte. Aceptar la desaparición les pegará donde más duele: en la cartera. Resolver a favor propio lo más probable es que los deslegitime todavía más. Parte del problema es que este poder no ha sabido mirarse al espejo con ojos críticos: ¿Qué ciudadano que haya caído en las garras del Ministerio Público, o cualquier representante de este poder, puede decir que lo trataron bien? Tal vez los haya. Simplemente no conozco ninguno. Lo que es más: las víctimas que llegan al MP son tratados como criminales. Con el sistema de administración de justicia que tenemos, donde además algunos de los máximos representantes plagiaron su tesis, ¿Qué ciudadano de a pie los va a apoyar? El Poder Judicial se debe reformar, de preferencia, por cuenta propia; si no, se seguirán presentando episodios donde sean golpeados por los otros poderes y por la opinión pública.

Docente de la maestría en Economía, FES-Aragón-UNAM y UDLAP Jenkins Graduate School.

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