Hemos visto, a lo largo y ancho del país, cómo suben videos a redes sociales, mandan cartas, mensajes con palabras fraternas, de agradecimiento y de profundo respeto dirigiéndose a nuestro presidente Andrés Manuel López Obrador, finalizando con la frase: ¡Hasta siempre, Presidente!, esto es una campaña de despedida, es lo evidente, pero yo leo también un clamor general para que no se vaya del todo.

Y es que el “siempre” connota un sentimiento infinito, que no caduca, que no concluye, una esperanza de continuar, de sentir vigente el amor y gratitud que el presidente de México ha procurado y construido, eso no es de hace un sexenio, tampoco dos, mucho menos es algo inventado o creado mediáticamente, no, es un amor que surge de la genuina identificación y reconocimiento de iguales con el hombre de Macuspana. Muchas generaciones, la mía por ejemplo, aprendieron de Ciencia Política de la mano de un personaje sin precedentes, un hombre diferente al perfil típico que tenían los integrantes de lo que fue la casta política del poder; él no era uno de esos hombres blancos de familias acaudaladas que estudiaban en el extranjero, o de aquellos que conseguían becas solo por su apellido o influyentismo para irse por el mundo a “cultivar su intelecto" como casi ninguno de nosotros pudimos hacerlo, tampoco tenía padrinos que lo incrustaran en los espacios públicos, no tenía más referente que su auténtica utopía de ver por los más pobres, por las y los olvidados, por hacer justicia social. Él, AMLO, no era esa cosa lejanísima a lo que somos el resto del pueblo, a él lo consideramos como uno de los nuestros, somos en él, nos reconocemos en él, su historia y lucha, nos representa.

Quién iba pensar en los etiquetados, estigmatizados, quién iba a reconocer a hombres y mujeres que entregaron su vida al trabajo y esperaban el final de sus días desamparados, quién querría construir caminos a donde muy pocos iban, quién lograría darnos identidad a todos como un solo pueblo, quién nos quitaría la etiqueta para devolvernos dignidad, quién pensaría en nuestros abuelitos, en nuestra madres, en las y los jóvenes que cada vez tenían menos oportunidades, quién vería en los abrazos un arma mucho más potente que los balazos, quién sería aquel en apreciar el peso en lugar de depreciarlo, quién sería el primero en llegar y el último en irse del trabajo, todas las respuesta conducen a el hombre de Tepetitán, municipio de Macuspana, orgulloso hijo de comerciantes, doña Manuelita y don Andrés.

Fueron muchos años viendo, admirando y queriendo a un líder que en pocos días dejará el espacio en el que añoramos, por tantos años, llegar a verlo; luchamos con coraje, valentía y esperanza para que él fuera nuestro Presidente, se logró, hoy ante el sentimiento de desamparo que antoja su ausencia no podemos decir adiós, es por eso que hoy escuchamos: ¡Hasta siempre Presidente! Lo que no escuchamos aún es dónde debemos poner esto que llevamos en el corazón, cómo dejar ir a quien nuestros abuelos o nuestros padres nos presentaron y dijeron que era la esperanza de México, qué se hace con esa esperanza que nos mantuvo en pie y al orden con él, cómo debemos sacar coraje y valor para despedir de la vida pública a quien fue, es y será, el mejor Presidente de México: Andrés Manuel López Obrador.

Maestra en derecho constitucional y derechos humanos

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