Para muchos, diciembre es nuestra época favorita del año . Son tiempos de reuniones familiares, de regalos, juegos, y de ver la ilusión de los niños esperando la llegada de Santa Claus .
Esta Navidad, sin duda será una distinta. Quizás nunca imaginamos que a estas alturas del 2020 seguiríamos preocupados por cuidar de nuestra salud y la de los nuestros. Las autoridades recomiendan no hacer reuniones familiares, sino únicamente celebrar en casa con aquellos que viven dentro de la misma vivienda, no hacer posadas con compañeros de trabajo, fiestas con amigos, y no visitar a los abuelos. Aunque todos sabemos el esfuerzo emocional que esto implica, al final queda en nosotros como ciudadanos tomar la decisión correcta para impedir que el virus siga afectando a más gente.
Todo esto, me hace reflexionar sobre quienes año tras año, pasan Navidad dentro de prisión. En la cárcel, la Navidad se resume -para quienes son suficientemente afortunados de tener familiares que los visiten- en un par de horas conviviendo con ellos el día de visita más cercano a la Navidad. Sin embargo, este convivio es privilegio de muy pocos.
En la realidad, la gran mayoría de las mujeres son abandonadas por sus familiares cuando entran a prisión. “A mí mis primos me involucraron en cosas que no debí haber hecho, yo era muy joven y tomé muy malas decisiones” me cuenta Amaya, una mujer privada de la libertad en el penal de Barrientos. “Allá afuera, quería pertenecer, hacía todo lo que ellos me pedían, yo los admiraba. Pero en el momento que pisé la cárcel, nunca más volví a saber de ellos, ni siquiera una llamada en estos 7 años, mucho menos una visita.”
En el penal de Barrientos, la Navidad es un día donde las reglas son un poquito más “flexibles”. Les permiten hacer un convivio con comida que alguna de ellas prepara, o que alguien de afuera les trae. Normalmente, solo los familiares o visitas previamente autorizadas pueden visitarte, pero si no tienes nadie que te visite, solo por ese día te permiten que vaya la persona que tú quieras, una amiga, vecina, o persona de confianza.
En ocasiones les dejan poner música y apagar la luz un poco más tarde de lo habitual; por parte de las autoridades penitenciarias no suele haber gran cosa organizada, “una vez nos dieron de cenar pozole” me cuenta Amaya, “no sé si estaba bueno o no, pero en esas condiciones, me supo a gloria y me alegró el día”.
Las organizaciones de la sociedad civil son quienes más apoyan este día en las prisiones, llevan comida, actividades, convivios, juegos para los niños y niñas que viven en prisión con sus madres, dulces, y demás. Pero este año, eso tampoco será posible debido a la contingencia sanitaria.
Navidad en prisión es un día lleno de nostalgia. De recuerdos de lo que algún día fueron las Navidades en familia, de ver las pocas fotografías que guardan consigo e imaginarse todavía juntos alrededor de la mesa en familia; De extrañar los días en los que podían abrazar a los suyos, y pedir con todo el corazón que esta sea la última Navidad en estas circunstancias.
Quizás solo por esta vez, podamos como sociedad empatizar con las personas que están en esta situación. Personas que, independientemente del hecho que las llevó a ese lugar, son madres, padres, hijas, esposas. Personas que dejaron afuera a alguien que extrañan con todo el corazón y que desean poder abrazar esta Navidad. Desafortunadamente, este año una buena parte del mundo comparte este sentimiento: el de extrañar a nuestros seres queridos, abrazarlos a distancia y desear con todas nuestras fuerzas que pronto nos volvamos a encontrar en un abrazo lleno de amor.
Hoy, este sentimiento de nostalgia nos une a muchos. Esperemos que, si algo bueno nos tenga que dejar esta Navidad, sea el convertirnos en una sociedad capaz de empatizar con quienes menos lo imaginamos. Pero sobretodo, que nos haga conscientes de cosas que quizás dábamos por hecho: la salud, la familia, el placer de cenar con nuestra gente. Y que pronto, pero muy pronto, nos volvamos a encontrar en una sociedad más fuerte, más unida, y más en paz.