Hace más de 10 años que visito las cárceles del país. A lo largo de estos años, he entrevistado a decenas de mujeres de quienes he escuchado todo tipo de historias; muchas ellas de injusticia, pero también muchas otras de culpabilidad y -casi siempre- de arrepentimiento. He entrevistado a mujeres que llevan años sin ser sentenciadas, otras con décadas de condena. Mujeres acusadas de delitos verdaderamente violentos, y otras privadas de la libertad por cosas tan absurdas como robar leche para alimentar a sus hijos.

Después de todos estos años de estar en contacto con historias de mujeres privadas de la libertad, si me preguntaran qué tienen en común las historias de estas mujeres, en cuanto a las razones por las que terminaron en prisión, sin duda mi respuesta sería la violencia de género. Y en particular, la violencia de género que se origina a partir de la concepción falsa que tenemos sobre lo que es o debería ser el amor. En otras palabras, la violencia que origina el creernos el mito del amor romántico.

El mito del amor romántico son las ideas y creencias generalizadas que como sociedad y cultura aceptamos sobre lo que debería ser el amor de pareja. Tales como que el amor es ciego, incondicional, irrenunciable, que todo lo puede y no debe aceptar cuestionamientos. Pues de lo contrario, no sería verdadero amor1. Que existe una media naranja con la cual estamos predestinadas a encontrarnos, y que una vez que estamos con ella, no hay nada que nos pueda separar; que solo hay un amor verdadero en la vida; que el amor es lo más importante y debemos hacer feliz a nuestra pareja por sobre todas las cosas; que el amor todo lo puede soportar; que cualquier sacrificio vale la pena si se hace por amor.

Estas creencias han llevado a mujeres a soportar las peores violencias, y a olvidarse de sí mismas y del amor propio, por alcanzar este falso ideal del amor. Las cárceles están llenas de mujeres que terminaron ahí por “amor” a sus parejas, por seguirlos sin cuestionar. Por creer que únicamente serían felices mientras estuvieran al lado de esa pareja que las “protegía”. Por creer que ellas no podían salir adelante solas, sino que necesitaban de un hombre para alcanzar la felicidad. Poraceptar “sacrificios” como aguantar los golpes de sus parejas, y después perdonarlos en nombre del amor y de lo sagrado que representa la vida en pareja y la familia.

He escuchado a decenas de mujeres justificar la violencia por amor. Incontables veces me han dicho que ellas se sentían protegidas -y amadas- por sus parejas cuando las celaban. Porque alguien que te quiere tanto, te protege con todas sus fuerzas. Y si controla la manera en que te vistes, o te limita el tiempo que pasas con tus amistades, es porque te ama tanto que te quiere solo para él.

Pensar que el amor todo lo puede es una creencia peligrosa. En particular, pensar que el amor es tan poderoso que puede cambiar a las personas, ha llevado a mujeres a aguantar situaciones de violencia extrema, al creer que, si soportamos lo suficiente y somos buenas y pacientes, algún día la magia del amor va a cambiar a esa pareja (violenta, celosa, tóxica, etc…). Lo cual, sabemos, no sucede en la realidad.

Febrero, mes del amor y de los bombardeos de anuncios de parejas perdidamente enamoradas celebrando, es una buena excusa para hablar de lo que sí deberíamos entender por amor. Aquél que se construye a partir del amor propio, el respeto, y la igualdad. Aquél que no hace sufrir, y no te exige cambiar para satisfacer a nadie más. Aquél que se elige libremente, y se construye todos los días.

Hace un par de años, tras impartir por parte de La Cana un curso de educación sobre violencia de género para mujeres en prisión, una de las mujeres -que había sufrido violencia por parte de su pareja durante muchos años- escribió en una pared del reclusorio “el verdadero amor no mata, no agrede, no controla. El verdadero amor, libera.” y creo que no lo pudo haber descrito mejor.

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