Cuántas veces no hemos escuchado, dicho, o por lo menos pensado esta frase. Qué bueno que está en prisión una persona que cometió un delito, que bueno que se le castigará, que sufrirá y que recibirá lo que merece.

Vivimos en un país donde la gran mayoría de las personas hemos sido, o alguien muy cercano nuestro ha sido, víctima de un delito. Entiendo perfectamente el enojo que como sociedad tenemos de vivir ante esta crisis de inseguridad que se ha mantenido por décadas, y peor aún, que todos los días atestiguamos cómo la violencia se va multiplicando. Comparto este enojo desde lo más profundo de mi ser, y todos los días me duele vivir en un país donde no se puede salir a la calle en paz, sin tener que cuidarte las espaldas. Pero lo que no comparto, es gran parte de la estrategia que se ha venido siguiendo para combatir el crimen, ni la perspectiva con la que como sociedad solemos mirar la delincuencia.

A quienes trabajamos para promover un sistema de justicia penal más humano y empático, se nos acusa de querer “ayudar a delincuentes”. Y creo que ahí esta el principal error, cuando me refiero a la perspectiva con la que miramos la delincuencia. Para mí, el gran problema de nuestro sistema de justicia es que se ha enfocado más en castigar, que realmente en reducir y prevenir la delincuencia; y esto no nos está llevando a ningún lugar.

Insisto, entiendo que debe haber una consecuencia que le siga a una conducta ilícita, pero debemos mirar más allá y no sólo preocuparnos por resolver qué delito se cometió, quién lo cometió y qué castigo “merece” por ello; sino que debemos realmente cuestionarnos, ¿Por qué se cometió este delito? ¿Qué causas o contextos motivaron su comisión? ¿Quién se vio lastimado por este delito/ quién es la víctima?, ¿Cuáles son sus necesidades?, ¿Cómo reparar el daño? y lo más importante, ¿Cómo prevenir que este delito se siga cometiendo en el futuro?

Cualquiera que se asome a una de las cárceles del país, se dará cuenta que la única finalidad que éstas tienen es la de castigar, con la mayor crueldad y venganza posible, a quienes cometieron un delito. No me voy a detener en el hecho de que nuestro sistema de justicia cuenta las peores historias de injusticia, y que muchas de las personas que hoy están en prisión, pecan más de pobres y desafortunados, que de culpables. Lo que sí encuentro importante resaltar, es que nuestro sistema de justicia no toma en cuenta a las víctimas, no se preocupa por reparar el daño, no ofrece a las personas privadas de la libertad la oportunidad de aprender las herramientas para cambiar el rumbo de sus vidas, y peor aún, no toma en cuenta que la gran mayoría de las personas que hoy están en prisión, son a su vez víctimas del propio contexto en el que se desenvolvían, y que deben sanar muchas heridas; o de lo contrario, algún día saldrán libres y muy probablemente caerán nuevamente en el círculo vicioso de la delincuencia.

Nuestros índices de reincidencia dan cuenta de lo anterior, en México 1 de cada 4 personas que obtienen su libertad, reincide en la delincuencia, y el 52% de ellas lo hace dentro de los 2 primeros años de salir de prisión. ¿De qué sirve que encerremos a tanta gente y les apliquemos los más severos castigos, si esto no va a lograr que vivamos en paz?

Existen muchas experiencias -personalmente he sido testigo de varias- que nos cuentan una historia distinta. El invertir en programas de reinserción social, ofrecer oportunidades de capacitación laboral y empleo, talleres de salud mental, de educación, arte, cultura y deporte dentro de prisión, no es un tema de “ayudar a delincuentes”; y tampoco lo es el promover la aplicación de medidas alternativas a la prisión, ni el optar por la justicia restaurativa como respuesta alternativa al crimen. El luchar por un sistema de justicia más humano, es luchar por una sociedad donde todas y todos quepamos, donde todas tengamos las herramientas para construir un proyecto de vida que nos permita aportar de manera positiva a la sociedad, y sobretodo, donde entre todas construyamos un país en el que podamos vivir en paz.

Es cierto que a veces la prisión es inevitable, pero creo que vale la pena cuestionarnos si realmente queremos encerrar a gente que, por como está nuestro sistema penitenciario, saldrán peor que cuando entraron. O si no mejor valdrá la pena empezar a preocuparnos más por reducir la delincuencia que por castigar a criminales, y estar dispuestos a elegir la seguridad en lugar de la venganza, cuando éstos dos conceptos entran en tensión.1 Como bien describe la Maestra Barb Toews de la Universidad de Washington, “a menudo el sistema de justicia penal tiene el mismo efecto que el crimen mismo: rompe aún más la red, en lugar de repararla”.

¿Es ésta la respuesta que queremos dar como sociedad? Personalmente, cada vez que veo una noticia de que agarraron a un “delincuente” y lo meterán a prisión por décadas, pienso: qué tragedia. Ahí va otra vida rota, otra familia destruida, otra persona que no pudimos salvar, otro niño para el cual nunca estuvimos presentes mientras creció envuelto en factores de riesgo que eventualmente lo llevaron a delinquir, que nunca le ofrecimos una alternativa de vida distinta, que arrinconamos a que el crimen se volviera en su mejor opción de vida, pero que hoy celebramos su detención y encierro en condiciones inhumanas. Y peor aún, que nada detendrá que siga cometiendo delitos dentro y fuera de prisión.

Nunca es bueno que alguien esté en prisión. Es bueno cuando evitamos que alguien entre en ella, no por la impunidad que caracteriza nuestro sistema de justicia penal, sino porque esa persona encontró otras armas: la de la educación, la del trabajo, la del talento, la de una vida digna. El día que la prisión represente un lugar de oportunidades para quienes entren en ella, ese día podremos decir con tranquilidad, “qué bueno que está en prisión”.

@daniancira

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