Melany creció en una familia de escasos recursos. Me cuenta que los 8 miembros de su familia dormían en la misma habitación y compartían el mismo baño. Ella se acostumbró a crecer sin privacidad, y se ríe cuando me cuenta que por eso no se le ha hecho tan difícil convivir con las 12 mujeres que viven en su misma celda en el penal de Cancún.
Cuando visito las cárceles y veo los rostros de las mujeres, me las imagino en su vida en libertad. ¿Quiénes son?, ¿qué hacían antes?, ¿cómo llegaron aquí? Más allá del delito que cometieron, o del que se les acusa cometer, me interesa conocer sus historias, sus relaciones, sus familias, sus sueños, el ser humano detrás del delito.
Hay mujeres, como Melany, que cuando las veo no me puedo imaginar sus historias, no me imagino qué pudieron haber hecho para terminar en prisión. Y es que hay historias que no deberían de contarse dentro de una cárcel, porque simplemente no deberían estar ahí.
Melany me cuenta que a los 15 años conoció al amor de su vida, Héctor, de 18 años de edad. A los pocos meses de conocerlo, se embarazó de su primera hija y decidió irse a vivir con él. Se fue de casa tan joven porque ya estaba harta de escuchar cómo en las noches su papá llegaba borracho a golpear a su mamá, se fue porque ella ya tenía una pareja y no quería repetir ese patrón, se fue sin saber que la pesadilla apenas comenzaba.
Como muchas otras historias de violencia, Héctor al principio era encantador, la hacía sentir protegida, amada, y le prometió la familia que ella siempre soñó tener. Después comenzaron los insultos, los celos excesivos, los golpes, las humillaciones. Si la comida no estaba buena, la pateaba en las costillas hasta dejarla en el piso y le decía que cocinar era “su único trabajo,” y que hasta eso hacía mal. A su antojo, la violaba. Si ella se negaba, él le decía que seguro se había metido con el vecino y por eso no tenía ganas con él, a lo que seguía una golpiza hasta dejarla inconsciente. Melany me contaba todo esto y repetía constantemente que estaba muy avergonzada, “¿Por qué avergonzada?” le pregunté. “Porque a pesar de todo, cada vez que él salía de la puerta, yo le rogaba que por favor regresara, que no me dejara.”
Cuando Melany se embarazó de su segunda hija, ella ya fantaseaba con dejarlo, pero no sabía cómo. De alguna manera, él logró leer este pensamiento y la encerró en un cuarto durante todo el embarazo. De vez en cuando, le abría la puerta y le pasaba comida. Cuando él abría la puerta para dejarla salir, Melany sólo podía decirle “no me dejes”.
El día del parto de Melany, Héctor se fue con otra, ella le rogaba por volver. Héctor nunca llegó al parto, se apareció 2 meses después, ya que Melany estaba de vuelta en casa de ambos. Volvió porque tenía la esperanza de que él regresaría.
Cuando Héctor volvió -además molesto, porque Melany no dejó de llamarlo y de buscarlo durante el tiempo que estuvo ausente- llegó directo a ahorcarla, esta vez enfrente de sus 2 hijas.
“Vi la mirada de mi hija viendo cómo su papá me ahorcaba, y caí en cuenta que estaba repitiendo el mismo patrón que yo viví. Algo me poseyó, saqué una fuerza de dentro de mí que no sabía que tenía, lo empujé, agarré a mis hijas, y me fui para siempre.”
— ¿Por qué no lo dejaste antes? le pregunté. ¿Por qué creías que la alternativa de estar sin él, sería peor que vivir encerrada en un cuarto con tu agresor?
—Porque nadie me había dicho que yo podía sola, el miedo de pensar en salir al mundo sola, me paralizaba. Porque siempre quise tener una familia: un papá, una mamá y unos hijos que salían a comer los fines de semana agarrados de la mano, como en las películas, me contaba entre lágrimas. Crecí pensando que un hombre podía protegerme y amarme, y yo me aferré a eso. Nadie me enseñó que yo soy capaz.
Aquí en prisión yo vine a entender todo eso, tuve que llegar a la cárcel para saber que sí valgo y que sí puedo, porque aquí puedo hacer todo lo que mi esposo no me dejaba: cantar, bailar, trabajar, valerme por mí misma.
Historias como la de Melany -en diferentes contextos y dimensiones- las he escuchado cientos de veces. Mujeres que viven verdaderos infiernos dentro de sus casas, ante la falsa creencia de que “así es el amor”, “que el amor duele, pero todo lo debe soportar, todo lo debe aguantar.” Por creer que “no podemos solas, que trabajar no es para mujeres, que nuestro lugar está en la casa y nada más.”
Escucho a Melany e intento imaginar ¿cuál hubiera sido su historia si de niña le hubieran contado un cuento diferente?, ¿qué si le hubieran dicho que su vida es valiosa, que nadie nunca tenía el derecho de dañarla?, o que ella podía sola, que podía lograr todo lo que se propusiera, que tuviera confianza en sí misma. Que el verdadero amor no mata, no agrede, y no controla; y que el amor más importante, es el amor propio. Pienso que de haber sido así, la historia de Melany, y de tantas mujeres más, sería otra.