“Nunca dejas de cumplir una condena, ni aunque hayas salido de prisión”. Esta frase la tengo grabada desde el primer día que la escuché hace más de cinco años. Me la dijo una mujer que llevaba fuera de prisión dos años y no había podido conseguir trabajo, o al menos no uno legal y bien remunerado.

“Cuando estaba en prisión, todos los días soñaba con mi libertad,” me cuenta Nuria. “Pero ahora que ya salí, me doy cuenta que es como si siguiera ahí dentro. La cárcel te persigue a donde vayas.”

Testimonios como el de Nuria, he escuchado cientos de veces al platicar con mujeres que ya salieron de prisión y que ahora buscan rehacer su vida. “¿Quién me va a contratar con antecedentes penales?, ¿Cómo voy a pedir trabajo si no sé hacer nada?, ¿a qué tipo de trabajo puedo aspirar, si no terminé ni la preparatoria porque me metieron a la cárcel?”

Preguntas que reflejan la incertidumbre que viven las mujeres al salir de prisión. Preguntas que son muy válidas, y que, sinceramente, no sé cómo responder. Porque la verdad, tienen razón, ¿quién va a contratar a una persona que estuvo años o quizás décadas en prisión, que no aprendió nada nuevo, que no tuvo oportunidad de estudiar, que no hizo mas que sentarse a ver pasar el tiempo en un lugar gris y frío, rodeado de violencia?

¿Quién va a querer en sus casas, en sus oficinas, a una persona que posiblemente dentro de prisión, se vio orillada a seguir cometiendo delitos “por sobrevivir” en ese lugar? ¿Quién va a querer en sus familias a alguien con ese pasado?

Es una realidad, en México la reinserción social no existe, al menos no en la práctica. A las personas privadas de la libertad las tenemos en las peores condiciones durante años, pensando que la venganza es la mejor forma de hacer justicia, sin importarnos si ésta es la solución verdadera para reducir la delincuencia.

Sacamos a la gente de las cárceles a la mitad de la noche, y esperamos que mágicamente se conviertan en personas que regresen a casa con sus familias, consigan un buen trabajo, y aporten de manera positiva a la sociedad. Como si el ganar dinero fácil de la delincuencia no fuera prácticamente la única opción accesible para alguien que sale de prisión.

Hablar de reinserción social en México es una fantasía. Nuestras autoridades parecen no ver -o no querer ver- el estrecho vínculo que existe entre el sistema penitenciario, en particular los programas de atención post-penitenciaria, y la seguridad pública. Pareciera que pensamos que la reinserción social termina cuando alguien sale de prisión, pero es realmente cuando empieza.

Sinceramente, puedo llegar a entender a las personas que dicen que nunca contratarían a alguien con antecedentes penales. Haber estado en prisión y cargar con ese pasado, no es poca cosa. Pero, ¿qué hay del futuro de estas personas? Como sociedad, no podemos abandonarlas a su suerte, y después quejarnos de que la delincuencia sigue aumentando.

Afortunadamente, programas como los que implementa dentro y fuera de prisión, nos demuestran que sí se puede construir un futuro distinto. Debemos estar abiertos a brindar oportunidades, y no me refiero a que todas las personas debemos contratar a alguien con antecedentes penales. Insisto, entiendo el miedo de vivir en la sociedad que vivimos, y la desconfianza que la inseguridad ha generado en muchos de nosotros.

Me refiero al estar abiertos como sociedad a la idea de que la cárcel no es sinónimo de justicia. Abiertos a no juzgar a una persona sin antes escuchar su historia. Abiertos al hecho de que, en un país tan corrupto e injusto como en el que vivimos, nada te asegura que algún día la vida de sus vueltas, y nosotros mismos podamos terminar en esos zapatos.

Me refiero a apoyar programas de reinserción social, y quitarnos esa venda de los ojos que nos impide ver más allá de la venganza. Hoy, gracias a las personas que se han atrevido a brindar segundas oportunidades, mujeres con antecedentes en bandas de delincuencia organizada, están estudiando una carrera. Mujeres acusadas de secuestro, trabajando de recepcionistas en oficinas reconocidas; mujeres acusadas de robo, narcomenudeo, homicidio, el delito que nombres, hoy están emprendiendo sus propios negocios, trabajando en empresas formales, y terminando sus estudios.

La reinserción social no existe, o quizás solo existe para algunos pocos suficientemente afortunados. Sin embargo, personalmente he sido testigo de que, si comenzamos a ver las cárceles como lugares de oportunidad y no de castigo, las historias de esas personas que han emprendido un camino lejos del delito podrían convertirse en la regla, y no en la excepción.

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