Uno de los 17 Objetivos Globales de la Agenda para el Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas para el 2030, es reducir la desigualdad en y entre los países. El problema que enfrenta este objetivo no es menor: a nivel global la desigualdad está en aumento, donde el 10% más rico de la población se queda con el 40% del ingreso mundial total, mientras que el 10% más pobre, obtiene solo entre el 2% y 7% del ingreso total.

Para reducir la desigualdad, la ONU hace un llamado a los países para “adoptar políticas sólidas que empoderen el percentil inferior de la escala de ingresos y promuevan la inclusión económica de todos y todas, independientemente de su género, raza, o etnia”.

Pero, ¿cómo se traduce esto en un país de profundas desigualdades sociales como México? Hablar de igualdad social en nuestro país pareciera una utopía y un objetivo imposible de cumplir considerando que vivimos dentro del 25% de los países con mayores niveles de desigualdad en el mundo. México es un país donde comparten territorio la persona más rica del mundo, junto con más de 50 millones de personas pobres, y donde las 10 personas más ricas, acumulan la misma riqueza que el 50% más pobre del país.2 Lamentablemente, hemos convertido la exclusión social en una práctica sistemática en nuestro país.

Todos los días en los medios de comunicación vemos noticias desesperanzadoras, sobre niños y niñas que son entrenados en el crimen como medio de vida, sobre víctimas que sufren abusos inhumanos, sobre personas que salen de sus hogares en busca de una nueva vida, sólo para encontrarse unos kilómetros después con un enorme muro humano de violencia y rechazo, que les impide siquiera el pensar en una segunda oportunidad.

Y quizás es aquí donde los jóvenes podemos incidir para reducir la desigualdad. Hace unos meses a través del programa Future Leaders Connect del British Council, fui invitada al Reino Unido a capacitarme en temas de Políticas Públicas y Liderazgo en la Universidad de Cambridge, donde coincidí con 3 extraordinarios mexicanos quienes me confirmaron que es por medio de la inclusión social que podemos reducir la desigualdad: Maricarmen Medina Mora busca la integración sociolaboral de la población refugiada en México; Isaac Bencomo brinda atención médica a los migrantes que se encuentran en las estaciones migratorias de la frontera norte; y Ángel Candia, activista LGBT, promueve el acceso a la salud y la inclusión de las personas con VIH.

Fue a través de sus experiencias y testimonios que comprobé que, como sociedad, tendemos a excluir lo que nos parece distinto y que, al menos en apariencia, representa una amenaza. Para las personas en situación de cárcel –población con la que yo trabajo desde La Cana-, la exclusión es evidente. Sin embargo, ésta no lo es tanto para muchos otros grupos o personas, mientras que las consecuencias que enfrentan sí lo son. Es hora de que cobremos consciencia, tanto a nivel individual como social, de la importancia de tomar en cuenta a estas otras poblaciones al hablar de reinserción social.

Así como los grupos con los que Maricarmen, Isaac y Ángel trabajan, existen muchos otros que necesitan, en calidad de urgente, ser reinsertados, validados, y reconocidos en nuestra sociedad. La reducción de la brecha de desigualdad parte, sin duda, de reconocerles y darles la visibilidad que muchas veces les ha sido negada. El reto es grande porque el primer paso es admitir que se les excluye y, después, generar mecanismos y estrategias de reinserción de acuerdo a las características y necesidades de cada uno de ellos.

Las y los jóvenes de hoy estamos cada vez más conscientes de que no es necesario vivir dentro de un reclusorio para estar excluidos. De ahí la importancia de trabajar y unir esfuerzos para dirigir reflectores a problemáticas reales con consecuencias tangibles en

materia de desigualdad. Sólo así podremos reducir la brecha y aspirar a una inclusión social en donde todas y todos quepamos.

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