Si hablamos de grupos vulnerables ante la pandemia del coronavirus, me atrevería a afirmar que las personas privadas de la libertad son uno de los grupos que en mayor riesgo se encuentran si el virus llegara a contagiarse en alguno de los reclusorios del país.

¿Cómo mantener sana distancia en un lugar donde dormir solo en una cama es un lujo? ¿Cómo lavarse las manos frecuentemente con agua y jabón, donde no hay agua potable ni jabón? ¿Cómo aislarte cuando vives en un lugar con hasta 113% de sobrepoblación?

Así enfrentan las personas privadas de la libertad la posible llegada de la fase 2 o de “transmisión comunitaria” del coronavirus: en celdas compartidas con hasta 15 personas, donde no se tiene acceso a agua potable en las celdas, donde el centro penitenciario no les provee de artículos de higiene personal básicos (ni pensar en gel antibacterial, o alcohol desinfectante), donde evitar aglomeraciones es prácticamente imposible, y pensar en la atención médica o acceso a medicamentos con prontitud, sería poco realista.

En estas condiciones poco higiénicas y de hacinamiento, donde de por sí la gente se ve afectada en su salud por el simple hecho de vivir en ese lugar, un caso de contagio por Covid-19 en pocos días se convertiría en un contagio masivo. Ante esta posible tragedia, ¿qué pueden hacer los penales para reducir un inminente contagio?

Algunos estados, como el Estado de México, ya nos han comunicado a quienes trabajamos con población penitenciaria, la implementación de algunas medidas: (i) horarios adicionales para que los familiares de las personas privadas de la libertad puedan entregarles productos de uso y aseo personal; (ii) limitar la visita familiar a un visitante (quien no podrá ser menor de edad, mayor de 65 años, embarazada, o enfermo crónico) o en una segunda etapa, (iii) suspender temporalmente las visitas familiares hasta superada la crisis; (iv) llamadas telefónicas gratuitas en fines de semana, entre otras.

Sin embargo, habrá que replantearnos, en primer lugar, el por qué colocamos a las personas privadas de la libertad en situación de especial vulnerabilidad al mantenerlas en pésimas condiciones de higiene y hacinamiento. Y en segundo lugar, si debemos seguir encarcelando a tanta gente de tal manera que el 33.33% de los centros penitenciarios tengan sobrepoblación.

Quizás sea el momento de una vez por todas, de liberar -y dejar de encarcelar en el futuro- a quienes, en principio, no deberían de estar ahí: mujeres en prisión por aborto, por delitos relacionados con drogas, personas encarceladas por delitos no violentos, personas que no tienen aún una sentencia definitiva y que podrían seguir su juicio en libertad o bajo una medida de libertad condicional, personas que tienen derecho a una medida de liberación anticipada.

Muchas crisis se evitarían si nuestras cárceles estuvieran en mejores condiciones. Hoy vivimos una en materia de salud, y si bien los panoramas son obscuros para todo el país, sin duda sería un poco menos para nuestras cárceles si éstas pudieran efectivamente atender y prevenir un riesgo de contagio de tal magnitud como el que se nos viene.

Ojalá que algo bueno salga de esta pandemia, y que nos ayude como sociedad a replantear nuestras prioridades por lo que hace al sistema penitenciario. Ojalá esta pandemia nos haga voltear a ver a aquellas personas que no deberían de pisar la cárcel en primer lugar, y liberar a quienes injusta e innecesariamente hoy están ahí.

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