Es bien sabido que la relación entre la economía y el crédito es simbiótica, su interdependencia es tal que no se puede hablar de la una sin tener en cuenta la otra, así como no se puede hablar de la abeja sin hablar de la miel. Ahora bien, nuestro sistema económico actual depende directamente de la confianza que como civilización le tenemos al futuro; en otras palabras, nuestros modelos económicos parten de la premisa del crecimiento, de que nuestro mañana será mejor que nuestro presente y que siempre produciremos más para satisfacer las necesidades futuras de todo individuo.

Para que la premisa anteriormente mencionada pueda llevarse a cabo, los seres humanos inventamos el crédito, figura económica que toma su base en el futuro, en apostar en que lo que está por venir será mejor, por mencionar un ejemplo: así es como el banco le presta a un emprendedor para que lleve a cabo su negocio, con la confianza de que a este le ira bien y podrá pagar el préstamo con los respectivos intereses en el plazo pactado.

Durante la batalla de Navarino en 1827, las flotas del imperio Otomano y la egipcia fueron derrotadas por alianza Británica, francesa y rusa; en este hecho se puso de manifiesto el crédito, ya que los ingleses estaban dispuestos a invertir grandes cantidades de dinero para apoyar la independencia de Egipto, con la seguridad de que una vez lograda, este país estaría en posibilidades de devolver el préstamo con sus beneficiosos intereses y, en caso de no hacerlo, estarían seguros de poder exigir el pago mediante una intervención armada de su gobierno. Este hecho es muy semejante a la intervención francesa en México.

Explicado lo anterior, en la actualidad podemos detallar que el crédito en una economía como la mexicana, no sólo viene acompañado de la mano de obra, manufactura, explotación o descubrimiento de recursos naturales que puedan generar un crecimiento estable, sino también por situaciones políticas como los tipos de régimen o políticas exteriores, pero, sobre todo, de la confianza en que las personas, o el mismo país, pagarán en tiempo y forma sus obligaciones crediticias.

Hoy es muy difícil que los inversionistas nacionales o internacionales pidan una intervención militar en contra de los países y sus ciudadanos que no cumplan con lo pactado; por ello la calificación crediticia de las economías toma mayor relevancia, ya que, gracias a esta, se pueden determinar los riesgos de inversión y establecer la probabilidad de que los países paguen sus deudas.

Para que las calificadoras internacionales puntúen a los países, toman en cuenta factores políticos, sociales, culturales y actualmente también ecológicos. Un país rico en silicio, pero sometido por un régimen político cerrado o un sistema judicial deficiente y fácilmente sobornable, puede no ser una buena opción de inversión y por ende tendrá una calificación negativa, lo que mantendría su estancamiento al no contar con fondos económicos para la explotación de dicho recurso. Por el contrario, un país con escasos recursos naturales, pero con un sistema de gobierno estable, abierto y un marco legal incorruptible, seguramente tendrá el crédito e inversión internacional que le permita desarrollar su educación y tecnología.

Los tres calificadores internacionales más importantes son Fitch Ratings, Moody’s y Standard and Poor’s. Estas agencias evalúan los instrumentos de deuda con base en la inversión, especulación y riesgo. Por ejemplo, en el área de grado de inversión, la calificación más alta de Fitch Ratings es AAA, siendo la más baja BBB-.

México por su parte, es miembro activo del concierto internacional y, al igual que la mayoría de los países, está evaluado por estas calificadoras para determinar su grado de respaldo en el pago de sus deudas. Por lo tanto, no podemos dejar de mencionar que los inversionistas confían en demasía en estos juicios.

Durante la pandemia de Covid-19, cuyos estragos aún podemos observar claramente, México no mostró avance ni retroceso en sus calificaciones crediticias situándose como sigue: Moody’s califica con Baa1; S&P da BBB y Fitch BBB. Las tres significan que la calidad crediticia es satisfactoria, pero existe incertidumbre a largo plazo, desconfianza en el cumplimiento de obligaciones a futuro.

Como se puede observar, las tres calificadoras consideran lo mismo para nuestro país, y esto se debe, en palabras de la calificadora Fitch, a una gobernanza débil, crecimiento moderado a largo plazo y una política intervencionista que afecta directamente a las decisiones de inversión. ¿Tendrá algo que ver la cancelación de contratos a compañías de energía renovable y a la actual propuesta de reforma energética?

En conclusión, nuestro país debe trabajar duramente en mejorar las condiciones de estabilidad, credibilidad y certidumbre a la inversión, así como respetar los contratos y tratados internacionales, y por último no olvidar que las calificaciones crediticias son más importantes para la economía de un país que sus recursos naturales.

Académico de UVM Campus Zapopan.

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