En términos prácticos, la estanflación es un fenómeno surgido a razón de una inflación acelerada y un estancamiento económico. Cuando en un país se tienen ambas situaciones al mismo tiempo, los estragos para la economía son demasiado complejos y muy difíciles de superar.

Recapitulemos: durante este 2022, la inflación en México ha crecido de manera considerable, llegando a máximos históricos. En la primera quincena de mayo alcanzó la cifra de 7.58% a tasa anual, mientras que la subyacente llegó, en la última quincena de abril, a 7.22% a tasa anual. Para controlar -en la medida de lo posible- este aumento generalizado de precios, el gobierno federal, con apoyo de algunos productores y distribuidores, instauró un programa que denominó Paquete contra la Inflación y la Carestía (Pacic) que, a la fecha, no solo no ha logrado su objetivo, sino que muchos de los productos que engloba aumentaron sus precios, tal como sucedió con el huevo, el jitomate y el pollo.

Pero, estimado lector, la situación es aún más complicada de lo que parece. Si bien es cierto que en anteriores artículos se menciona que los efectos de la pandemia en la economía se mostrarían claramente en este 2022 y que la inflación desproporcionada no es culpa de la administración federal actual, no podemos dejar de mencionar que a esta crisis económica se suma el casi nulo crecimiento de la economía mexicana en base al Producto Interno Bruto.

Recordemos que el PIB es un indicador macroeconómico tendiente a medir la producción total de bienes y servicios de un país; el presente concepto es de los más utilizados en la actualidad para medir el tamaño de la economía de una nación y, por lo tanto, determinar su crecimiento económico con base a su tasa de variación.

Lamentablemente para México, este indicador no ha mostrado una franca mejoría que nos pudiera tranquilizar, ya que, si bien en el 3er trimestre de 2021 presentó un crecimiento de 4.6% con respecto al trimestre anterior, en los últimos dos trimestres el crecimiento ha sido insignificante: sólo 1.2% en el último trimestre de 2021 y 1.8% en el primer trimestre de 2022. Esos márgenes están muy por debajo de las expectativas nacionales e internacionales.

Siguiendo en ese tenor, no se puede negar que México participa activamente en el contexto mundial y es un actor con fuerza en el comercio internacional, pero también es sumamente dependiente de la economía internacional. Partiendo de esta premisa, no debemos dejar a un lado que el crecimiento del PIB anteriormente mencionado representa un intercambio de mercancías en un periodo de paz mundial, con pandemia, pero sin conflictos bélicos, pero ¿y la guerra en Ucrania? Para ser exactos, la disputa armada que inició a finales de febrero no ha mostrado aún su verdadero impacto económico mundial, ya que los procesos inflacionarios internacionales se han debido más a la crisis de la cadena de suministros por culpa de la pandemia del Covid-19, que a otra cosa.

Todavía no se visualizan las verdaderas repercusiones económicas que dejará este conflicto Internacional que está asolando a Europa del Este y cómo afectará a México en su PIB, ya que no solo es el aumento del precio de los energéticos.

La estimación es que el cruel impacto y la realidad de la economía mexicana la podremos observar en el segundo y tercer trimestre de este año. Aunque, esperemos que el PIB crezca, ya que en caso contrario, estaremos entrando a la temible estanflación y, peor aún, podríamos llegar a una recesión económica.

Ahora más que nunca se pone en juego la capacidad del gobierno federal para prever y hacerle frente de manera real, oportuna y eficaz a una crisis económica que parece impactará de manera inminente.

Académico de la Universidad del Valle de México Campus Zapopan
 

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