Una parte del futbol ha muerto este jueves. Y no es una frase hecha o con la que intente captar la atención desde el inicio de esta columna.
El fallecimiento de Edson Arantes do Nascimento "Pelé" significa el paso a otro plano de un hombre que cambió al balompié para siempre.
Las nuevas generaciones veneran a Lionel Messi. ¿Y cómo no hacerlo? La magia que ha mostrado, sobre todo con el Barcelona, lo convierte sin duda en uno de los mejores futbolistas en la historia. Decir otra cosa es absurdo.
Hay otra parte de los aficionados que idolatran a Diego Armando Maradona, quizá el más grande hechicero en la historia de este deporte. Nadie como él para hacer trucos con el balón, además del liderazgo para guiar a lo más alto a los equipos, sin importar su talento. Otro que es parte de la conversación sobre el mejor de la historia.
Y el tercero es Pelé, "O Rei", el genuino emperador del balompié.
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El que cambió para siempre la perspectiva de utilizar el número 10 en el futbol. Antes de él, era una cifra más. Gracias a Pelé, es sinónimo de talento, clase y liderazgo. Sí, el número que asignaron a Maradona y Messi por también tener muy desarrolladas esas virtudes.
Los tres títulos mundiales y los más de mil goles anotados son parte del legado tangible de Pelé, pero la otra es la más valiosa. Él redefinió el juego, demostró que la potencia y la clase no están peleadas, además de que fue un jugador muy completo. De buen remate con ambas piernas y gran cabeceador.
No hay alguna jugada que "O Rei" no haya hecho: gambetas, tiros libres, chilenas, cabezazos. Algunos pudieron perfeccionarlas, pero Pelé las tenía en su repertorio.
Puso a Brasil en el cuadro de honor de la Copa del Mundo... Y en la parte más alta.
Hay quien se escuda en el tema de que eran otras épocas o que nunca jugó en Europa. Absurdo. Con la tecnología y avances en la prevención y atención de lesiones, Pelé también habría sido un extraterrestre para el mundo del futbol, un ser irrepetible. El monarca de un reino al que ahora -en vida- sólo le quedan príncipes.