Mi generación creció en un México que estaba transitando a la democracia y en el que la cultura política y participativa de los ciudadanos se consolidaba gradualmente. El hoy Instituto Nacional Electoral (INE) —el organismo autónomo por excelencia—, desempeñó un papel decisivo en la dinámica de cambio que llevó a nuestro país a transitar a un sistema democrático, caracterizado por elecciones libres y ordenadas en el que el traspaso del poder era pacífico. A los 18 años, cuando tuve la oportunidad de votar por primera vez, recuerdo haber participado en procesos electorales plurales y competitivos. Más aún, eran procesos en manos de los ciudadanos, en los que los funcionarios de casilla eran tus vecinos, amigos y conocidos y no alguna autoridad gubernamental, lo que otorgaba una buena dosis de certidumbre a las elecciones.

Más tarde, como candidata a puestos de elección popular, pude corroborar de primera mano la importancia de contar con órganos electorales autónomos, imparciales y eficientes como el INE.

Afortunadamente, mi generación y las que siguieron no vivimos la época en la que la Secretaría de Gobernación organizaba las elecciones y en las que no se sabía con certeza quién emitía un voto porque no había credenciales para votar con fotografía. No nos tocó vivir los tiempos en los que el partido en el poder ganaba todas las elecciones de forma abrumadora, desde el poder Ejecutivo, hasta las gubernaturas, alcaldías y el Congreso y las legislaturas locales. Hoy en día, en medio de acalorados debates sobre nuevos cambios constitucionales, creo que es oportuno rescatar aquello que hoy parece que damos por sentado.

Porque la dinámica de cambio que llevó a México a transitar a la democracia fue un proceso prolongado y gradual, que se incubó durante un largo tiempo. No es cosa menor. Pasar de un sistema autoritario a uno democrático nos llevó muchos años como país: desde la represión estudiantil de 1968 hasta la reforma electoral de 1996, pasando por crisis económicas, la controversial elección de 1988 y cambios internacionales tan significativos como la caída del muro de Berlín. Paulatinamente, México se convirtió en un escenario plural donde los colores partidistas tradicionales fueron sustituidos por una composición polícroma que privilegió a las oposiciones. El cambio político, consecuencia de agudas crisis económicas y políticas, impuso la transformación de las instituciones. Las elecciones y el sistema electoral fueron el pivote de cambio más importante para consolidar a nuestra joven democracia.

Gracias a los cambios político-electorales que comenzaron desde 1977, con la primera reforma que reconoció a los partidos políticos como entidades de interés nacional, hemos podido transitar a una sociedad cada día más crítica, más participativa y con mayor libertad de expresión. Además, la mejora en los procesos electorales, por ejemplo, con la creación órganos jurisdiccionales independientes para resolver las diferentes impugnaciones y calificar las elecciones como el Tribunal Federal Electoral y los tribunales estatales especializados en esa materia, permitió la alternancia en el poder tanto a nivel local como federal de forma pacífica y ordenada. Hoy, es importante rescatar la enorme valía de nuestras autoridades electorales como árbitros imparciales que gozan de la confianza y el aval de todos los jugadores. Por esto, no es admisible que instituciones como la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), encabezada por Rosario Piedra Ibarra, se pronuncien en temas en los que, por ley, no tienen competencia.

Como bien lo señaló la Comisión Europea para la Democracia a través del Derecho (Comisión de Venecia), México las principales características del sistema electoral, así como las reglas para el establecimiento y funcionamiento del INE y de la justicia electoral están consagradas en la Constitución. las autoridades electorales no son representantes de los ciudadanos, como sí lo somos los legisladores. La naturaleza de su trabajo es distinta y por ello no tiene sentido someterlos a las urnas. Como legisladora y como ciudadana que creció en un México democrático, creo que debemos preservar lo que es bueno y lo que funciona, como es el caso del Instituto Nacional Electoral. Es deber de todos los ciudadanos defender la transparencia, la autonomía e independencia, y la objetividad de nuestras autoridades electorales para garantizar la pluralidad y la diversidad estén representadas siempre en nuestro país.

En los próximos días se analizarán las 51 iniciativas en materia de reforma electoral, en un grupo integrado por 21 legisladores integrantes de las comisiones de Gobernación, Puntos Constitucionales y Reforma Electoral. Estaremos dando la batalla para garantizar que al #INENoSeToca. Sin duda, nuestro sistema democrático, como cualquier otro, es perfectible, pero lo óptimo en esta materia en específico es que los cambios ocurran mediante el consenso y con ajustadas mayorías. Hoy, a tan sólo año y medio de la elección presidencial de 2024, es el momento menos oportuno para aprobar una nueva reforma electoral. La discusión puede y debe esperar a la siguiente legislatura.

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