Dos madres desesperadas se presentaron ante el sabio rey Salomón. Cada una sostenía en sus brazos un niño, pero uno de ellos yacía sin vida. Ambas clamaban ser la verdadera madre del infante vivo, envueltas en una feroz disputa.
Salomón escuchó sus argumentos, su rostro imperturbable mientras la tensión crecía. De repente, alzó la mano para silenciar los gritos y ordenó: "¡Traedme una espada! Partid al niño vivo en dos, y dad una mitad a cada mujer".
La sala quedó en silencio absoluto. Una madre, con lágrimas ardientes en sus ojos, gritó: "¡No, mi señor! ¡No lo maten! ¡Dejad que ella lo tenga, pero por favor, no le hagan daño!". La otra madre, con frialdad en su voz, asintió: "Sí, partidlo en dos. Que no sea ni tuyo ni mío".
El rey, en su infinita sabiduría, sonrió. "Detened la espada", ordenó, "y entregad el niño a la mujer que prefirió renunciar a él. Ella es la verdadera madre".
“Todo Israel oyó aquel juicio que había pronunciado el rey, y temieron al rey, pues vieron que Dios le había dado sabiduría para juzgar.”
Esta parábola bíblica ha sido utilizada durante siglos para ejemplificar el actuar de un juez justo. Se le ha reconocido en cientos de pinturas, esculturas, películas e incluso en la obra de Don Quijote. La razón es simple: la parábola muestra una solución sencilla, ingeniosa, imparcial y rápida.
Aunque al ser una parábola tan antigua vista con los ojos de hoy pueda parecer algo grotesca, la esencia que determina que un juzgador sea bueno en su actuar permanece. Un juez debe ofrecer soluciones rápidas, imparciales, y sobre todo, debe ser cercano a la gente.
Por eso mismo, podemos afirmar que hoy la reforma judicial ha mejorado al país, incluso antes de ser aprobada o sometida a votación en las cámaras. Con los diálogos nacionales ha contribuido a que los ministros y magistrados se esfuercen por salir del ostracismo de sus oficinas y dialogar con la gente. Ahora deben compartir y defender sus ideas ante una sociedad que durante décadas ha permanecido ajena al trabajo del poder judicial.
Ahora bien, este aspecto no debe ser interpretado como populismo, como se le ha querido catalogar, a pesar de que el trabajo de los jueces, magistrados y ministros sea muy técnico, esto no los exime de su deber de mantenerse cercanos a la gente. No deben permanecer completamente aislados, como históricamente lo han hecho.
Todos los servidores públicos, desde un maestro de educación básica hasta un ministro de la Suprema Corte, nos debemos al pueblo y siempre debemos permanecer cercanos a él. Por ello, es esencial que quienes administran justicia lo
hagan con un enfoque humanitario y un profundo compromiso con la sociedad a la que sirven. Esto fortalece la confianza en las instituciones y garantiza que la justicia no solo sea hecha, sino también vista como justa por todos.