Pasó una semana del escándalo por el performance”, de Nina Beier, en el , que generó indignación por la participación de cinco perros. La investigación de la (Paot) determinó que los perros no tuvieron señales de maltrato ni trauma, y que se cometió una infracción a la Ley de Protección de Bienestar a los Animales de la Ciudad de México. Como resultado, el INBAL —como le corresponde—, tomó medidas: firmó un acuerdo en el que se compromete a nunca más usar animales en exposiciones dentro de sus museos y sostuvo un diálogo sobre ética con los directores de varios recintos museísticos. Pero esto no bastó para los “activistas” en redes sociales, quienes pareciera que en vez de buscar reparación de daños, ansían ver sangre: el despido de la directora del Tamayo, Magali Arriola, y cancelación de la muestra. Y justo esa es la cuestión con la superficial cultura de la cancelación: se alegaba que se violó la ley (una que no existe pues, desafortunadamente, los espectáculos con animales siguen permitidos, a excepción de los circos y shows con animales marinos) y en una petición de firmas se argumentó que el performance infringió la norma NOM-033-SAG/ZOO-2014 que poco tenía que ver con el tema (pues es sobre cómo dar muerte a los animales domésticos y silvestres), cuando la conversación pudo haber sido diferente. Los indignados pudieron haberse informado mejor y dirigir la conversación a exigir una ley que prohíba los espectáculos con animales en su totalidad e impulsar una iniciativa... al final es más fácil y entretenido ver cómo una turba de tweets con furia desmedida se come viva a una persona, desde la comodidad de un sillón. Y esa es la triste lección que dejó este suceso en el arte contemporáneo en México.

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